La pandemia nos pasó la factura hasta en el saludo. De un momento a otro, hace casi tres años, nos obligó a guardar la mano. El significativo apretón se transformó, a lo sumo, en un fugaz choque de puños o codos. Fue un tajante paso hacia el distanciamiento y un prolongado ceremonial para llevar el contacto físico hacia el panteón. Y muchos nos acostumbramos.
“Aléjese”. Tal consigna nos llegó desde el fatídico viernes 6 de marzo del 2020, día que se detectó el primer caso de covid-19 en el país. El temor al contagio se exacerbó, con razón, ante la probabilidad de muerte a falta de vacuna. Todos anduvimos a la defensiva y, ahora, intempestivamente, reflotó el saludo de mano. Vino sin avisar y justo cuando, al menos en mi caso, lo había pasado al baúl de recuerdos.
Mi reencuentro con el apretón de manos se dio en un seminario con periodistas de 11 países, convocados por el Grupo de Diarios de América (GDA) a una capacitación, la semana pasada, en la sede de La Nación. De primera entrada ofrecí un choque de nudillos, pero, de vuelta, se me vinieron manos que no estaba preparado mentalmente para recibir.
La sensación fue rara. Percibí los estrujones en mi mano como una invasión a mi espacio, un atrevimiento. Pero cada cosa en su lugar. Mientras las manos apretaban, las sonrisas y palabras de quienes recién conocía rompían el hielo. Eran señal de confianza, mi reencuentro con una costumbre perdida. Caí en cuenta de que la pandemia no mató esta práctica.
Rebuscando significados, entendí que el apretón de manos es algo biológico, incrustado en nuestro ADN y tiene propósitos: “El tocar crea confort, conexión y empatía y sus efectos son fisiológicos, bioquímicos y psicológicos”, sostiene Ella Al-Shamahi, antropóloga, bióloga evolutiva, exploradora de National Geographic y autora de “El apretón de manos: Una historia apasionante”.
El darse la mano es un gesto de paz milenario, una señal de aceptación. Está de vuelta porque ninguna otra pandemia lo enterró. Obvio, debe acompañarse de alcohol, de lavado, pero, lo relevante es que deja atrás ese complicado juego de piedra, papel o tijera, en el cual no sabemos si chocar puño, nudillos o codo.
Los apretones de mano no estaban muertos, estaban en cuarentena.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
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