La narrativa democrática nos lleva a otra cita con nuestras conciencias. El pensamiento crítico se esmera en ofrecer, con cautela, claves de juicio al votante que, solitario en la urna, decidirá a quien confiar la conducción de lo mismo. Los postulantes del cambio no tienen fuerzas para lograrlo y los que tienen fuerza carecen de voluntad. Seguir igual, estando bien, fue talismán de inmovilismo que nos ha ido degradando. Nadie arriesga mejoras cuando el «statu quo» da poco margen para riesgo.
No es el caso en nuestro convite con el destino. Seguir igual, estando mal, es la peor amenaza. Pero exceso de postulantes, más que expresión de salud política, es síntoma de turbación. El estado de ánimo dominante es el desconcierto.
Nada expresa mejor el pasmo epiléptico de las ofertas electorales que la fiebre reumática del PAC. Llegó a vejez prematura y cargado de achaques. Está agotado. Dos ejercicios de gobierno lo dejaron sin discernir mirar hacia delante o atrás. El país reniega de la parálisis resultante de sus mandatos. La comedia de equívocos en la elección de candidatos, más allá de mostrar analfabetismo matemático, se explica por la explosión ética de su propia propuesta moralista. Que la maraña nacional haga posible que vuelvan a ser mal menor en segunda ronda dice mucho del marasmo reinante.
Necesitados de transformaciones elementales, cual más urgente y obligados a escoger en una sopa de candidaturas, me aterra pensar que tenemos que descender más bajo hasta tocar fondo. Sería terrible seguir aguantando buscarle otro pie a Recope, arriesgar que nos llamen sicarios pagados por transnacionales por denunciar al CNP, aceptar los desmanes del ICE para ser rentable a costa de hacer un país más caro, seguir buscándole el pito que toca Fanal, convivir con la debacle educativa y dejar impune el daño infligido por Fonatel a la niñez.
Cambiar eso no enfrenta siquiera elementos mínimos de transformaciones necesarias. Transformar o eliminar eso no cambia mucho la falta de brújula que llevamos. Pero cesar de un tajo ese parasitismo institucionalizado sería un alivio. Yo no veo la fuerza para derribar esos fósiles cuaternarios del viejo Estado empresario. Cerca de las urnas, tenemos un deber sagrado difícil de cumplir porque la política se nos presenta como una parodia.
La autora es catedrática de la UNED.