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Una mujer religiosa rezaba en la plaza de la Independencia de Kiev, Ucrania, el 24 de febrero del 2022. (DANIEL LEAL/AFP)
Alrededor de 300.000 muertos (militares y civiles). Millones de refugiados y desplazados. Traumas mentales. Desplome económico. Devastación. Riesgos de escalamiento (¿incluso nuclear?). Crímenes de lesa humanidad.
¿Cómo no horrorizarnos tras un año, este 24 de febrero, de la invasión rusa a Ucrania, en la que, como escribió hace siglo y medio León Tolstói en La guerra y la paz, sus instrumentos han sido “el espionaje, la traición, la ruina de los habitantes, el saqueo y el robo (...), el engaño y la mentira”? ¿Cómo no desear que pueda alcanzarse la paz lo antes posible? Buscarla es un llamado universal. Sin embargo, la paz real y estable no puede equivaler al simple cese de hostilidades; menos, a legitimar las anexiones territoriales rusas, a cercenar la soberanía ucraniana y, así, a sembrar la semilla de agresiones y atrocidades futuras.
Esta ha sido una guerra elegida por Putin; una invasión sin justificación objetiva alguna. La emprendió desde sus arrestos imperiales, su egolatría, su retorcida concepción de la historia, sus erradas valoraciones estratégicas, iluso sentido de superioridad, su negativa a aceptar la independencia de Ucrania como nación (no solo Estado) y la presunción de que sus habitantes se plegarían al dominio y Occidente lo aceptaría, como ocurrió tras la anexión de Crimea, en el 2014. Crasos errores todos, típicos de un autócrata aislado y sin contrapesos.
No entendió que, frente a sus ímpetus casi sin límites, los ucranianos se unirían, como lo hicieron, alrededor de un móvil simple y limitado, pero profundo y existencial: la preservación de su territorio, nacionalidad y derecho a decidir libremente sobre su presente y futuro. El conflicto no es producto de choque geopolítico entre potencias (Rusia de un lado, Estados Unidos y sus aliados del otro). Es resultado de la agresión directa de Putin. Lo que ha hecho el mundo democrático es prestar activo apoyo a los ucranianos para enfrentarla. Lo han logrado hasta ahora.
La verdadera paz solo vendrá si el agresor desactiva la guerra, por voluntad, presión, derrota o imposibilidad de victoria. No puede ser producto de transacciones geopolíticas, sino del reconocimiento pleno de la integridad territorial y la soberanía de Ucrania. Todo indica que aún estamos lejos de ello. Es parte de la tragedia y razón para no ceder.
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