Para el entendimiento de lo que debería ser nuestra política exterior frente a conflictos como el de Ucrania, amerita reflexionar sobre cuatro principios generales.
El choque de intereses entre Rusia y la OTAN es lo que impide a Ucrania ejercer su soberanía, pues la guerra fue generada por la aspiración del gobierno de Zelenski a ingresar a la Alianza Atlántica, lo que para el gobierno ruso es inaceptable.
Por tanto, lo primero que está en juego es el principio de soberanía y libre autodeterminación de las naciones, cuya defensa debe ser uno de los pilares de nuestra política exterior.
Un segundo elemento en juego es la libertad de la nación ucraniana de pertenecer a alguno de los grandes bloques globales del planeta o no.
La filosofía y el principio de no alineación surge de un movimiento internacional que nace en la cintura del siglo pasado, entre los años cincuenta y sesenta, y cuya culminación fue la instauración del Movimiento de Países No Alineados.
La organización, originalmente liderada por estadistas como Nehru y Sukarno, se inspiraba en la doctrina contra la violencia y a favor de la neutralidad de Gandhi, padre de la nación india, que aspiraba a mantener equidistancia entre la Unión Soviética y el poder occidental, los dos bloques globales hegemónicos durante la Guerra Fría.
Neutralidad perpetua
En Costa Rica, el principio se expresó en la declaración de neutralidad activa, perpetua y no armada, decretada en 1984 por la administración de Luis Alberto Monge.
El principio de no alineación se hace en ejercicio de la soberanía y autodeterminación de los pueblos, pues esa autodeterminación es una moneda de dos caras: por una parte, el derecho de las naciones a no alinearse, y, por otra, el derecho a tomar partido.
Si bien es cierto que los bloques globales de la Guerra Fría se han desdibujado, la alineación general sigue siendo similar: Occidente, alrededor de la alianza militar del Atlántico, y lo que geográficamente corresponde a buena parte del centro neurálgico de lo que en el pasado era la Unión Soviética, ahora Rusia, con China o el mundo islámico chií.
El derecho a la no alineación cobra particular importancia en este momento, cuando el mundo se encamina hacia un globalismo que tiende cada vez más a limitar la soberanía de las naciones.
La base fundamental de la teoría constitucional es que el poder debe dividirse para evitar la concentración en pocas manos, la cual se deriva de una comprensión realista de la naturaleza humana. Sin embargo, la amenaza radica en la creciente intervención estatal en la actividad individual mediante el aumento del control individual de la vida ciudadana en cada vez más aspectos, facilitada por el desarrollo cibernético; el crecimiento progresivo y permanente de las diferentes cargas tributarias; y el fortalecimiento de los poderes globales mundiales, con sus propias agendas, en detrimento de la soberanía e independencia de los Estados nacionales, que se ven progresivamente más limitados por estas.
Garantía para los débiles
El tercer principio que está en juego en esta guerra es la capacidad de supervivencia de las naciones desarmadas o militarmente débiles, como Costa Rica.
Si el derecho internacional no es capaz de garantizar la coexistencia de grandes potencias militares a la par de pequeñas naciones desarmadas, continuaremos regidos por una versión planetaria y nuclear bajo la ley de la selva.
¿O es que para garantizar la existencia de una nación pequeña como Israel será necesario que, como lo hace ella, fabrique ojivas nucleares? Carecer de una garantía es una implacable amenaza contra un Estado desarmado como el nuestro.
Por ello, Costa Rica debe adversar toda política internacional basada en el poder de la fuerza militar, en el adoctrinamiento ideológico y político y en las exclusiones sociales y culturales.
Los derechos humanos, la paz, el antimilitarismo, la resolución pacífica de los conflictos, el respeto a las sociedades abiertas y el régimen de libertades individuales debe formar parte del ADN de nuestra política exterior.
Ante un poderío despótico que avasalla a una nación más débil, la política exterior costarricense debe estar del lado del desaventajado.
Guerra justa
La cuarta consideración en relación con Ucrania se refiere al concepto de la guerra justa, derivación de la teología cristiana, desarrollada por san Agustín y, posteriormente, elaborada con mayor rigor intelectual por otros pensadores de su misma fe, como el fraile Francisco Suárez, quien extendió el concepto para aceptar la fuerza moral de la guerra en casos muy calificados, como por ejemplo la defensa legítima, la causa justa y la equidad en las relaciones de poder, tanto en los medios como en las formas del combate.
En la obra Combate moral, el historiador Michael Burleigh amplía las valoraciones de esta teoría en un análisis sobre los hechos de la Segunda Guerra Mundial. Los “pacifistas” radicales contradijeron el concepto judeocristiano de la guerra justa, pues para ellos toda guerra era inmoral por el solo hecho de serlo, lo cual nos lleva al absurdo de creer que debemos mantener una pasividad indigna, incluso cuando se ataca nuestro propio hogar nacional.
En este último aspecto, si bien es cierto que nuestra política exterior ha sido propulsora de la paz, está claro que también tenemos una tradición de reconocimiento de la guerra justa. Un ejemplo fue nuestro apoyo a la liberación armada del pueblo kuwaití en la última década del siglo pasado.
Además, la guerra justa está reconocida en el artículo 12 de la Constitución, donde se prevé la reorganización de nuestras fuerzas militares para la defensa de nuestra patria, o bien, en razón de convenios continentales.
El autor es abogado constitucionalista.
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Costa Rica debe adversar toda política internacional basada en el poder de la fuerza militar, en el adoctrinamiento ideológico y político y en las exclusiones sociales y culturales. (FADEL SENNA/AFP)