Columnistas

La casa-cárcel costarricense

Estos dispositivos cuentan otra historia: un país de ladrones, de carteristas, de pillos de estratosférica dimensión.

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El costarricense vive entre fierros. Entre rejas y cortinas de acero. Es un presidiario de facto. Ventanas enrejadas, portones enrejados, puertas enrejadas, garajes enrejados… Vivimos en estado de arresto domiciliario. Este dispositivo arquitectónico es tan ubicuo, tan omnipresente en la totalidad de la ciudad capital, que hemos dejado de reparar en él. De puro presente, se nos ha invisibilizado. Para entrar a la casa, el residente tiene que abrir una lata, luego otra lata, después otra lata, finalmente la lata que refuerza la puerta de entrada… y por fin a salvo, en casa. En casa-cárcel, en casa-presidio. Vivimos enlatados. Como fieras salvajes.








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