En ninguna parte ha conseguido Donald Trump la mayoría del voto. Aun así, encabeza las primarias republicanas merced a la división de simpatías entre sus contrincantes. Semejante éxito era inimaginable. En eso, precisamente, reside buena parte de la explicación.
El millonario neoyorquino tomó por sorpresa los bastiones republicanos a partir del descontento de un sector de votantes blancos, resistente al cambio demográfico y resentido por la mala fortuna económica. Con esa población como base, la campaña no puede ser agradable.
Los demagogos, explotadores de profundos recelos y bajas pasiones, están obligados a alimentarlos. La prueba más fehaciente son las vacilaciones del candidato ante el endoso de David Duke, reconocido líder del movimiento de supremacía blanca y del abominable Ku Klux Klan.
En consecuencia, el discurso de Trump es vulgar hasta la saciedad. Está impregnado de prejuicios contra negros, hispanos, asiáticos y musulmanes, sin privarse de un tufillo sexista, dirigido a cimentar la figura del macho alfa, tan cara a los líderes autoritarios de todo cuño, incluido Benito Mussolini, a quien el candidato no duda en citar.
El lema de campaña invita a recuperar la grandeza de los Estados Unidos, pero no ofrece una fecha de referencia. Sería útil saber cuándo, en opinión de Trump, se perdió. Las características sociales de la época añorada serían reveladoras de las aspiraciones para el futuro.
El partido está horrorizado. Permaneció impasible a lo largo de los meses, convencido del inevitable fracaso de Trump. Acaba de despertar, confundido, ante una realidad muy diferente. Hay un movimiento desesperado para recaudar fondos y desatar una campaña publicitaria, a ver si el electorado también despierta. Se les ha hecho tarde precisamente porque el fenómeno era inimaginable.
Mitt Romney, candidato presidencial en el 2012, pronunció un vehemente discurso para denunciar a Trump como un impostor y un fraude, cuya inestabilidad lo incapacita para ejercer la presidencia. Detrás vino John McCain, candidato en el 2008, para manifestar su entusiasta acuerdo con Romney y felicitarlo por romper el silencio.
Paul Ryan, líder de la Cámara de Representantes, se les había adelantado. El prominente congresista criticó la tibia reacción ante el Ku Klux Klan. Trump respondió con una frase reveladora de su mentalidad autoritaria: si Ryan no coopera con él, “pagará un alto precio”.
En menos de 15 días sabremos si el esfuerzo de última hora tuvo los efectos esperados. Dios ilumine a los estadounidenses y, si no, que nos agarre confesados.