Cuán transitoria o permanente resultará ser la inflación reportada durante los últimos meses en Estados Unidos es, sin duda, una de las cuestiones de mayor interés para inversionistas y analistas económicos alrededor del mundo.
Durante el período abril-agosto del 2021 la inflación promedio interanual reportada en esa nación fue casi del 5 %, porcentaje que fundamentalmente duplica el objetivo a largo plazo de la Reserva Federal (Fed) estadounidense.
Desde hace tiempo, las autoridades monetarias de Estados Unidos parecen estar dispuestas a dejar que la inflación supere por algún tiempo su meta del 2 % antes de recurrir a las herramientas que tiene a su disposición para tratar de evitarlo. Quizás tengan muy frescas en la memoria circunstancias similares en las que han sido criticadas por reaccionar dizque demasiado rápido, generando períodos recesivos —o cuasi recesivos— en la economía.
También es cierto que, dada la dificultad que la economía global ha tenido para salir finalmente de la recesión del 2008-2009, quizás estén dispuestas a errar más del lado de la inflación un tanto más alta de lo que se quisiera, que del lado de una economía en la que persisten evidentes signos de estancamiento a causa de la pandemia que nos aqueja.
Hace poco la Fed manifestó que, a pesar de los recientes datos sobre la inflación en Estados Unidos, no prevé tener que comenzar a subir tasas de interés sino hasta la segunda mitad del 2022, posiblemente.
El argumento para no considerar un aumento de tasas en este momento es que la inflación observada en meses recientes será transitoria. Sin embargo, esta idea de la Fed (algo novedosa, por cierto) de una inflación transitoria no está nada clara. La realidad es que cuando se generan períodos de inflación relativamente elevada los precios y salarios tienden a aumentar de forma asincrónica y descoordinada, reflejando una cierta inercia heterogénea entre distintos sectores económicos y subsegmentos del mercado laboral que termina originando con frecuencia espirales de tipo inflacionario.
Por el contrario, si la inflación afectara todos los precios y salarios de forma simétrica, esto es, al unísono y por el mismo monto, entonces sí se podría argumentar más fácilmente que un cierto evento inflacionario resultaría ser transitorio, es decir, que no se perpetúa y autoalimenta, y, por tanto, no tiene mayores consecuencias reales en la economía y en el bienestar ciudadano.
Si los aumentos de precios y salarios fueran así de coordinados, sin embargo, podría imaginarse que los largos períodos de relativa alta y sostenida inflación que han sufrido muchas naciones en las últimas décadas (incluida Costa Rica) habrían sido mucho más fáciles de contener y posiblemente no se hubieran presentado tan repetidamente.
Los efectos económicos negativos de un ritmo de inflación más generalizado y sostenido no son menores. Para comenzar, bien se sabe que los más afectados en períodos de mayor inflación son los estratos más pobres de la población, que ven reducidos sus ingresos en términos reales y se les dificulta hacer frente a sus necesidades más básicas. Además, es precisamente este segmento de la población el que probablemente haya sido el más fuertemente afectado por la pandemia en estos casi dos años.
Por otro lado, el incremento generalizado y sostenido en la inflación y la asociada alza de tasas de interés en todo el mundo haría que resulte mucho más caro financiar el abultado déficit fiscal que no pocas naciones han acumulado en los últimos años (producto de problemas estructurales de largo plazo, de la pandemia o de ambos).
En vista del elevado endeudamiento y la baja calificación de riesgo que ostenta nuestro país, un incremento de 2 o 3 puntos porcentuales en los premios por riesgo de crédito a escala internacional, algo perfectamente posible en un mundo con mayor inflación, subiría el déficit fiscal del Gobierno Central entre 1,5 y 2 puntos porcentuales con respecto al PIB fácilmente.
En América Latina varios bancos centrales (México, Chile, Perú y, por supuesto, Argentina y Brasil) comenzaron a subir sus tasas para reducir las presiones inflacionarias que están experimentando. Por su parte, varios economistas de renombre internacional —como Lawrence Summers— opinan que la Fed está subestimando la probabilidad de que la inflación experimentada en los últimos meses en Estados Unidos sea a más largo plazo y sostenida.
Ojalá la Fed esté en lo correcto, porque, de no ser así, las implicaciones para la economía mundial y la de nuestro país podrían ser muy significativas y graves.
El autor es profesor en el Incae.