En el mundo son millones los creyentes que no inician el trabajo diario sin antes pedirle u ofrecerle algo a Dios. No obstante, un bayunco comentarista deportivo madrileño se mofó de Keylor Navas porque reza en la cancha antes de comenzar cada partido de fútbol. ¿Ignora el zafio que un guardameta trabaja debajo de los “tres palos”? Si tal es el caso, también ignorará que la palabra trabajo ( travail, treball, trabalho en otras lenguas romances) se deriva del sustantivo latino tripaglio, que significa precisamente “tres palos”, y que en la antigüedad los romanos le daban ese nombre a un dispositivo usado para facilitar la tortura; lo que, desde luego, no debe sugerir ideas sobre qué hacer con este madrileño.
Once investigadores, originarios de ocho países de América, Asia y Europa, formábamos, en un instituto universitario de Massachusetts, el equipo a cargo de un proyecto dirigido por un famoso científico a quien se le designaba con las iniciales RBW de su nombre. Por el número nos apodaban fraternalmente The RBW soccer team (El equipo de soccer RBW). En total, trabajábamos en el instituto más de cincuenta extranjeros (ninguno madrileño, por cierto), incluido un individuo de tez morena y elevada estatura, proveniente de una comarca del norte de la India. Este, por razones religiosas, aun en el laboratorio, se cubría siempre con un blanco y vistoso turbante y, a pesar de que probablemente contravenía alguna norma de seguridad con su peculiar tocado, nunca hubo en nuestro entorno un idiota que expresara sorpresa, molestia o, mucho menos, rechazo a propósito de aquella demostración de religiosidad que solo al indostano le concernía.
En suma, de los centenares de estudiantes, profesores, investigadores invitados y empleados técnicos y administrativos del instituto no había quien fuera tan estulto como para burlarse de la religiosidad del colega asiático, y no estará de más comentar que en aquel ambiente académico no faltaban los agnósticos y los ateos, y que, eso sí, creyentes y no creyentes nos turnábamos disciplinadamente para participar en las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, prevenidos los extranjeros de hacerlo sin lanzar piedras ni quemar banderas, ya que, al fin y al cabo, nuestras visas adolecían de cierto grado de precariedad. No recuerdo haberme codeado en aquellas multitudinarias marchas pacifistas con un solo paleto franquista.