Horizontes: Memorias de un gran político

Mario Cuomo, tres veces gobernador de Nueva York y aspirante a la presidencia de su país, fue un estadista.

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En 1996, trabajábamos en la organización de un programa para rendir homenaje a la fundadora y presidenta honoraria del Centro de Investigación y Adiestramiento Político Administrativo, doctora Doris Stone. Ella fue amiga y consejera de los directores de la institución: su hijo y presidente, Samuel Stone, Rodolfo Cerdas, Constantino Urcuyo y yo en la vicepresidencia. Por un detalle de amistad con ella y su inmensa fama como destacado político, decidimos invitar al estadista estadounidense Mario Cuomo, tres veces gobernador de Nueva York y aspirante a la presidencia.

Yo había observado en las notas de su biografía que él se había desempeñado como especialista en estudios latinoamericanos, inglés y filosofía. Contrajo nupcias con su novia de largo tiempo —Matilda— y redirigió sus esfuerzos académicos hacia el derecho. Su carrera fue mayormente financiada por los ingresos de su esposa, maestra de profesión. También hizo intentos en una firma de abogados, donde sus victorias resultaron escasas. Alguien le aconsejó cambiarse el nombre por uno de origen irlandés.

Tiempo después, consiguió una posición como asistente confidencial del juez Adrian P. Burke del Tribunal de Apelaciones. Siguieron diversos pasos en el ámbito político, y fue adquiriendo filo y tenacidad en el podio de convenciones del Partido Demócrata.

Hay dos figuras emblemáticas de Cuomo: una, como combativo orador, y, otra, como tenaz polemista. Fue así como en la Convención Nacional Demócrata, en San Francisco, en 1984, eclipsó al candidato de su partido y exvicepresidente Walter F. Mondale. Tomó la descripción de Ronald Reagan de Estados Unidos como “una ciudad brillante sobre la colina” y olvidó a los empobrecidos.

Entre sus victorias en Nueva York, estuvo la clausura de la planta nuclear Shoreham, en Long Island. Además, dada su frecuente tendencia a subestimar sus respuestas, había omitido autoidentificarse con alguno de sus legados, como la expansión de la universidad del estado de Nueva York de la cual se aprovechó el entonces gobernador Nelson A. Rockefeller.

Con dolor, me enteré de su fallecimiento, a los 82 años, en Manhattan, en el 2015. Cabe señalar que su hijo Andrew, gobernador de Nueva York, ha desempeñado una gran labor durante la epidemia de la covid-19.

jaimedar@gmail.com

El autor es politólogo.