Con un abrazo del jefe máximo, Raúl Castro, el nuevo presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, quedó investido. Lo más curioso del acontecimiento, transmitido por la televisión, fue el torcido simbolismo en torno a quién realmente manda en Cuba. Difícilmente podía perderse en el proscenio la centralidad de Raúl con un trasfondo de marionetas sometidas a las cuerdas del titiritero: ayer, Fidel; y hoy, Raúl.
En Cuba hay antecedentes breves de remedos presidenciales civiles en los primeros años posrevolucionarios (Manuel Urrutia y Osvaldo Dorticós) y, más adelante, también en tiempos postsoviéticos. Estas pretensiones buscaban plantar la fachada de un jefe de Estado civil para generar simpatías entre las potencias foráneas, particularmente en sectores claves para Cuba, como los industriales y financieros, además del turismo.
Sin embargo, Raúl llegó a la conclusión de que era imperativo ganar la confianza de Estados Unidos, empezando por el exilio en Florida y luego en naciones europeas susceptibles a las peticiones de una Cuba cambiada. Sin embargo, Europa occidental esperará a ver qué giro adopta Washington antes de abrir el grifo.
A la vanguardia de estos intentos, el presidente Díaz-Canel procurará abrir puertas y, ojalá, cuentas bancarias. Sobre todo, intentará suscitar simpatías hacia Cuba, una nueva Cuba que ansía turistas sin asustarlos.
No olvidemos que también la Unión Soviética, pasado el tiempo de Stalin, insertó en algunas giras al exterior de altos representantes del Kremlin, a figuras como el general Nikolái Bulganin, retrato de un estadista y militar de altos vuelos. No obstante, aparte de dar un giro de opereta a las importantes misiones, la práctica vino en desuso.
En la Cuba actual, que perdió el jauja de la reanudación de relaciones con Estados Unidos, aplastadas finalmente por Trump, quizás la nomenclatura habanera haya decidido ubicar a la cabeza a Díaz-Canel. En toda forma, el novel gobernante no hará nada sin la venia de Raúl, viejo amo y señor de los ejes del poder en la Isla, desde las Fuerzas Armadas hasta el Partido.
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Los cubanos están agobiados por los pesados rieles del comunismo y aspiran a tener mayores libertades, sobre todo económicas y culturales. El pueblo espera ansioso que las cuerdas represivas se aflojen y así se abran las puertas a la democracia. La cuna de José Martí, de Alicia Alonso y de tantos poetas, escritores y músicos sueña con un nuevo día. ¿Será mucho soñar?
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