Homenaje

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En esta época carente de auténticos liderazgos, es natural que la desaparición de Mandela provocara una riada de tinta. Fue patético el esfuerzo de muchos personajes –que en su tiempo habrían sido sordos a las demandas de ayuda del libertador de Sudáfrica– por levantar, sobre esa inundación de loas, sus débiles olitas de ditirambos. (¿Siguiendo, acaso, la consigna de Oscar Wilde de admirar para hacerse admirar?). Tras leer a algunos, nos vino a la memoria Yáchmenev, personaje de John Boyne, para quien el epítome de la doblez en el discurso es “la espantosa Margareth Thatcher citando a san Francisco de Asís en los escalones de Downing Street”. El mismo funeral del héroe se convirtió en una pasarela de banalidades en la que no faltaron incongruencias como la presencia de insignes racistas y guerreristas que nunca compartirían el espíritu ghandiano del homenajeado. Por suerte, esa correntada de exhibicionismo no contaminará la abundante fuente de sabiduría, clara y simple, que dejó Mandela en sus escritos.








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