En ocasiones la columna no quiere salir y se queda acurrucada, hecha un ovillo, como mis perros en las mañanas cuando el frío aprieta. Sin embargo, lo cierto es que hay un reguero de temas reclamando atención, desde el incendio político en Colombia hasta asuntos nacionales como la saturación del sistema de salud, un Congreso semiparalizado o un Estado que se quedó sin espacio fiscal para la política social compensatoria. Y uno piensa: ¿Con cuál me voy?
El que más me salta a los ojos, y no por estridente, sino por el insidioso silencio con que hace su daño, es la fuerte desescolarización que toda una generación de estudiantes del sistema de educación pública costarricense está experimentando por una sucesión de golpes recientes.
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El primero fue la huelga magisterial del 2018, que se prolongó tres meses, sin objetivo político y sí mucha arrogancia dirigencial. Su único resultado tangible fue cortar de cuajo los aprendizajes de un millón de niñas, niños y jóvenes. Nunca se recuperó el terreno perdido, pues al año siguiente los docentes barrieron bajo la alfombra: no recuperaron la materia perdida y siguieron como si nada, excepto por el pequeño detalle de que los estudiantes se quedaron sin aprender.
El segundo golpe, aún mayor, fue la pandemia: se cerraron centros educativos casi todo un año académico. El MEP hizo todo lo que pudo para mantener un nivel de actividad en condiciones dificilísimas, pero sin preparación ni capacidad suficientes para la virtualidad le fue imposible evitar nuevos retrocesos.
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En solo tres años, pues, los aprendizajes de los estudiantes se redujeron radicalmente. Una niña que cursa hoy cuarto quizá apenas haya recibido materia equivalente a segundo grado. Quienes se gradúen de colegio en el 2021 saben mucho menos de lo que sabían quienes se graduaron de ese nivel cinco años atrás. Tampoco era mucho, hay que decirlo: en las pruebas internacionales PISA del período prepandémico 2009-2018, Costa Rica no solo tenía bajos puntajes, sino que iba hacia atrás, a pesar del incremento de la inversión educativa.
A grandes males, grandes remedios. El país hace frente a una emergencia educativa. El tiempo para el gradualismo se acabó. En los próximos años se requerirán grandes cambios en cuatro áreas: gestión del MEP, contratación docente, aprendizajes en aula y conectividad.
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El autor es sociólogo.