Hace un tiempo, un buen domingo por la tarde, tuve la suerte de ver un grupo de bailes folklóricos en el zócalo de la catedral de Oaxaca, ciudad mexicana que es patrimonio histórico de la humanidad. Preside la plaza una de esas catedrales coloniales ricamente ornamentadas, aunque menos monumentales que las que uno puede encontrar en otros lugares de México como Morelia o Puebla.
El zócalo estaba abarrotado y muchas personas andaban con atuendo indígena, especialmente las mujeres, como es usual en Guatemala y el sur de México. Pero había más: alrededor del quiosco central, una manifestación protestaba por una masacre cometida en un pueblo de la región y, por supuesto, había una legión de vendedores de churros, tortillas, helados, globos, algodones de azúcar y puestitos de ropa y artesanías, estos últimos acodados contra los centenarios arcos del portal del ayuntamiento. En una de las esquinas de la plaza, al otro lado, un par de marimberos tocaban danzones para los clientes de unos cafecitos.
Oaxaca es, por cierto, un imán para el turismo “new age”, nómadas digitales y es un centro culinario internacional. El caso es que familias enteras deambulaban por ahí, como antes en los pueblos de Costa Rica, y era claro que disfrutaban a lo grande con las atracciones de la plaza, especialmente los bailes. La orquesta que ponía la música era una cimarrona: algo de percusión acompañada por instrumentos de viento como una tuba, un par de trompetas y, también, un saxofón. Como no soy un conocedor musical, no puedo decir si el ritmo que marcaban era propio de la región, pero a mí me pareció similar al que uno escucha por aquí.
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Lo que más me sorprendió fueron los atuendos y los pasos de los bailarines. La verdad es que son no muy distintos a lo que uno ve en Guanacaste: faldas multicolores —tirando, eso sí, a colores anaranjados, verdes y amarillos—; pañuelos al aire (el movimiento sí era diferente), sombreros, los hombres bailaban con las manos atrás y con un cierto zapateado familiar. Vi también una danza muy parecida al “Torito”.
Mesoamérica empieza en el centro de México, toma el Pacífico centroamericano y termina en la península de Nicoya. Cuando varios de los países forman parte de una misma región cultural, desde tiempos prehispánicos, ¿dónde llega lo tuyo y empieza lo mío? ¿Cuáles son las fronteras de la “música folclórica nacional”?
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.