Hace cinco años, a una parte del país le hizo gracia que José María Figueres, como precandidato en las elecciones del 2018, dijera: “Vengo a conversar con quienes me dicen que soy ladrón, mentiroso, corrupto, cobarde, cínico, sinvergüenza, cascarudo y hasta hijueputa. Todos estos insultos los he escuchado muchas veces”.
Fue suficiente esa vez. Quedó claro. Pero ahora, de nuevo en campaña, volver a hacer vacilón con el último de esos agravios es exagerado. Se pasó de la raya.
En una evidente desesperación por votos, Figueres ha permitido, y hasta promovido, ser presentado públicamente como el “hijueputa más grande de Costa Rica”. Ocurrió en un programa de YouTube —con casi 150.000 vistas—, donde los anfitriones lo trataron de “mae”, “güevón” y cuanta pachucada más son cosa habitual en ese espacio.
Todo presidenciable debe sumar, no restar dignidad, al privilegio que significa ser considerado candidato a gobernar un pueblo que es mayoritariamente decente.
También, debería contribuir a fomentar el respeto hacia la postulación, más cuando, con 25 aspirantes, la queja común es que “cualquiera” se cree capaz de gobernar y hasta dar un giro de “190 grados” a un país tan complejo.
Pero además, un presidenciable debería prever las consecuencias, pues todo lo que se siembra en campaña se cosechará si resultara elegido presidente de la República.
Y ese es el riesgo que corre José María Figueres, a quien, de llegar a gobernar, se le tratará y se le restregará en el mismo o mayor grado lo que ahora consiente sin ningún límite.
El candidato del Partido Liberación Nacional tiene 67 años, se jacta de ser culto y de su educación universitaria, pero lo cuestionable es que carezca de asesores, madurez y hasta carácter para llevar a cabo una campaña que enriquezca el discurso político, en lugar de degradarlo a conversación de mesa de tragos.
Por más votos que le hagan falta, también debe tener presente que su madre vive y que quienes respetamos a nuestras madres no podemos permitir a un cualquiera una presentación como la que le hicieron a él, sea cual sea la connotación que le quieran dar.
Cada cosa en su lugar. Esa palabra es de uso callejero, no de campaña electoral.
Ingresó a La Nación en 1986. En 1990 pasó a coordinar la sección Nacionales y en 1995 asumió una jefatura de información; desde 2010 es jefe de Redacción. Estudió en la UCR; en la U Latina obtuvo el bachillerato y en la Universidad de Barcelona, España, una maestría en Periodismo.
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