Alimentado por la inmigración y los reclamos de sectores resentidos por el rumbo de la economía, el fascismo renace en Europa. Hungría y Polonia están a un paso. Austria se salvó por poco en las últimas elecciones, pero podría caer en las próximas. En el norte, Finlandia y otros países experimentan incómodos crecimientos de la derecha extrema.
Francia no está completamente a salvo. El Frente Nacional, heredado por Marine Le Pen, podría pasar a segunda ronda, desplazando a los socialistas. Su victoria definitiva es improbable, pero se ubicaría en una posición privilegiada. En los Países Bajos, Geert Wilders intenta distanciarse de Le Pen y los extremistas austríacos, pero sus planteamientos tienen el mismo tufillo radical y crecen en aceptación.
Donald Trump, candidato republicano contra los deseos del liderazgo tradicional, se adueñó del timón con un discurso desafiante en su rechazo a las sensibilidades desarrolladas por los estadounidenses para cimentar la convivencia social, multiétnica y multirracial. No sorprenden los extraños cumplidos intercambiados con Vladimir Putin, autoritario gobernante de Rusia y financista, según la prensa internacional, de los movimientos extremos en Hungría y otros países de Europa. El gobierno de Putin, en cómoda convivencia con las oligarquías surgidas del derrumbe de la Unión Soviética, no deja dudas de su signo.
En todos los casos, los líderes y movimientos se fundan sobre un populismo oportunista, inspirador de temores y dispuesto a atizar la llama del resentimiento. El libreto no es nuevo pero, si no despierta antes, la humanidad estará condenada a volver a aprender las lecciones de los años 30.
En nuestros tiempos, los grandes movimientos migratorios ofrecen infinitas posibilidades para cultivar el miedo. Por el escenario de la convención republicana desfilaron víctimas de crímenes perpetrados por inmigrantes ilegales. No habría sido difícil encontrar historias igualmente dramáticas con protagonistas verdes, azules o morados, pero el interés se centró en los hispanos, cuya participación en hechos violentos no sobrepasa la esperada según la población. Los musulmanes ofrecen, además del temor al terrorismo, practicado por un número muy reducido de radicales, el miedo a la transformación cultural.
La conjunción de tantos temores con los efectos de la tecnología y la integración de la economía mundial sobre el empleo es una mezcla explosiva. Urge aprender a distinguir entre las coartadas de la derecha extrema y las verdaderas soluciones. La confusión puede salir demasiado cara.