Nuestra sociedad es cada vez más esquizofrénica. Hablamos de la necesidad de un crecimiento económico acelerado e inclusivo, especialmente para las poblaciones y territorios que han quedado atrás, pero no hay innovaciones prácticas en la política pública productiva. El resultado es, por supuesto, la cada vez mayor fractura interna entre un sector productivo que crece como loco pero genera poco empleo, radicado en San José, y otros sectores endémicamente estancados, que emplean a la mayoría de la población.
Decimos que la alta desigualdad es un gran problema, que incuba resentimiento y violencia social, pero, a la hora de la verdad, nada hacemos para reactivar el mercado de trabajo, cada vez más informal. Le encargamos a la política social revivir los muertos que la economía real genera, aunque sepamos que el milagro de la resurrección de Lázaro ocurrió hace milenios; e, incluso, agregamos una cuota de cinismo cuando echamos la culpa de la desigualdad a esa política social, obviando que la raíz profunda está en la economía política, intocable.
Decimos que la educación pública es la llave de nuestro desarrollo futuro, el camino para la creación de oportunidades a la población. Sin embargo, hemos recortado la inversión educativa y muchas fortalezas del sistema educativo público preuniversitario están debilitadas, incluidas las políticas de equidad. Estamos repitiendo el grave error que cometimos hace cuatro décadas, cuando aplicamos las mismas tijeras y no tenemos ni curitas para paliar la herida que estamos infligiendo. Y nada pasa.
Nuestras declaraciones de amor perpetuo a la imagen verde del país chocan contra la falta de recursos para cuidar las áreas protegidas y los intereses creados a favor de un sistema de transporte público y privado ineficiente y contaminante. Eso sí, cada vez más oigo eufemismos como “pesca de arrastre sostenible”, “explotación sostenible” de gas y petróleo, todo por supuesto en armonía con la naturaleza. Sí, cómo no.
Con todo, esta esquizofrenia no es un problema solo de gobierno, sino también de la sociedad. Es de ahí que se generan las demandas ciudadanas por cambios o, al contrario, la tolerancia de un estado de cosas. Nos quejamos, con razón, de la imagen fea de la política, pero esa política es nuestro espejo. El obstinado jueguito de las pirotecnias verbales de las culpas e insultos es nuestro mecanismo para huir de la realidad.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.