En las semanas posteriores a la justa electoral estadounidense, los periódicos y revistas de calidad han experimentado un rápido aumento en el número de suscripciones. Las falsas noticias, de fuentes ignotas y, en muchos casos, difundidas por el candidato ganador, resaltan a ojos de los lectores el valor de la prensa independiente.
Cuanto más crece la intensidad del debate sobre las mentiras y teorías de la conspiración difundidas por las redes sociales entre públicos cautivos por el algoritmo que les da el contenido de su preferencia y excluye lo demás, mayor es el aprecio por el papel de la prensa profesional.
El aumento en el número de suscriptores no sigue un patrón ideológico. Beneficia al conservador Wall Street Journal y al liberal New York Times, así como a la revista Vanity Fair, cuyo reciente enfrentamiento con el presidente electo le ganó reconocimiento. Los suscriptores están en busca del dato correcto y la historia bien investigada.
Cómo culparlos en la llamada era “posverdad”, neologismo elevado a palabra del año por el Diccionario Oxford y que “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
El llamado de Trump, como el de los dirigentes del brexit, ignoró olímpicamente los hechos para cultivar creencias, no importa cuán disparatadas, y despertar emociones. Nunca hubo una manifestación masiva de inmigrantes musulmanes en Nueva Jersey para celebrar la caída de las torres gemelas, pero Trump asegura lo contrario, logra la adhesión de los crédulos y despierta su indignación.
En parte, el éxito de la mentira está en la imposibilidad de confrontarla inmediatamente, como ocurre en la entrevista periodística. Trump envió el mensaje a cualquier hora de la madrugada, desde sus cómodas y muy privadas habitaciones, con la unilateralidad de Twitter como cómplice. Su auditorio reprodujo la falsedad y a fuerza de insistencia la convirtió, no en verdad, sino en posverdad.
Pero la experiencia acumulada desgastará el recurso, por lo menos ante las miradas más atentas. La disección de los sucesos de la campaña electoral acelera el aprendizaje y los propios gigantes de las redes sociales, como Facebook, abandonaron la pretensión de negar sus efectos perniciosos y hablan de tímidas medidas para poner coto a la falsedad. Mientras tanto, un sector de la población vuelve los ojos a la prensa independiente y echa manos a la tarjeta de crédito para ayudar a preservarla.
Armando González es director de La Nación.