Entre líneas: Teatro a salvo

¿Por qué el diputado Cruickshank no declaró oportunamente la incombustibilidad del Black Star Line?

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A tenor de las explicaciones del diputado Eduardo Cruickshank, de Restauración Nacional, el empréstito contraído para mejorar la seguridad del Teatro Nacional, además de sus instalaciones, es totalmente innecesario. El poder de la vida y la muerte está en la lengua, dijo el legislador. Acto seguido, en uso de esas facultades, declaró, personalmente, que el Teatro no se quemará.

Resuelto el problema, el legislador aprovechó para recordar el incendio destructor de otra joya patrimonial, el Black Star Line limonense. La promesa de reconstruir el edificio no se ha concretado y de las explicaciones del diputado se infiere que, si no hay fondos para recuperarlo, tampoco debe haberlos para la prevención de un siniestro en el Teatro Nacional.

Empero, el razonamiento también justifica la falta de prevención conducente al incendio del Black Star Line porque, 15 años antes, se había quemado la Casona de Santa Rosa, ayuna de la menor protección. Así, la cadena lógica desprendida de la lengua del diputado podría llevarnos hasta la Biblioteca de Alejandría y las conflagraciones habidas desde entonces. ¡Tanto hemos pedido que nada merece protección!

Proteger Mont Saint Michel es un desperdicio desde que Notre Dame alzó en llamas y si los brasileños piensan revisar las condiciones del Museo Imperial, en Petrópolis, deberían recordar la irreparable pérdida de 200 años de historia en el Museo Nacional de Río de Janeiro.

De conformidad con la lógica tradicional —ampliamente superada por los legisladores de Restauración Nacional— la pérdida de una pieza del patrimonio histórico o cultural es acicate para reforzar la conservación de otras. En la nueva línea de razonamiento, la protección del patrimonio subsistente es una injusticia contra el patrimonio perdido.

Eso explicaría por qué el diputado Cruickshank no declaró oportunamente la incombustibilidad del Black Star Line, pero nos deja en ascuas sobre las razones del súbito cambio de conducta. El Teatro Nacional goza ahora de una ventaja no concedida al edificio limonense, quizá por respeto al recuerdo de Santa Rosa.

El gasto, innecesario desde que Cruickshank declaró el edificio incombustible, tampoco contó con el voto de su compañero de fracción Melvin Núñez. Si la póliza de la lengua falla y el edificio se quema, “…bueno, diay, hay que revisar, hay que hacer la investigación” porque “cuántas cosas se han quemado y no se sabe quién fue”. Eso es lo importante y lo demás, ceniza.

agonzalez@nacion.com

Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.