Entre líneas: Globalización asediada

Ciudadanos frustrados por la exclusión equivocan la causa de sus males y también la solución.

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La globalización está muerta y el futuro pertenece a los patriotas, dijo el presidente Donald Trump ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Durante el resto del discurso, se ocupó de disipar toda mala interpretación de su enfático llamado al nacionalismo en un foro establecido para promover valores radicalmente opuestos.

Las Naciones Unidas son producto de la última hecatombe atizada por sueños de grandeza nacional. En la actualidad, los países más afectados por la quimera están entre los adalides de la sensatez, siempre proclives a la cooperación internacional y recelosos del nacionalismo, cuya simbología observan con desdén.

Frente al sufrimiento causado por los nacionalismos a lo largo de la historia, la globalización muestra frutos inimaginables hace pocas décadas. No sabemos cuán lejos será capaz de llevarnos si le damos oportunidad, pero sacó a más de mil millones de la pobreza extrema en un cuarto de siglo, según el Banco Mundial.

La misma institución proyectaba la reducción de la pobreza extrema para el 2030 al 3 % de la población mundial, pero el resquebrajamiento de la economía internacional aminoró el ritmo del progreso y la meta, siempre ambiciosa, ahora parece ilusa. La globalización no ha muerto, pero sufre retrocesos y las consecuencias están a la vista.

El presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, se une a un coro de expertos para proclamar el descenso de la pobreza extrema global, en los 25 años transcurridos a partir de 1990, como uno de los mayores éxitos de la humanidad. En ese lapso, cayó del 36 % al 10 %.

No obstante sus méritos, a la globalización se le pasa la cuenta de la creciente desigualdad. Efectivamente, en la mayor parte de los países las diferencias han aumentado, muchas veces de manera alarmante. Ciudadanos frustrados por la exclusión terminan convirtiéndose en clientela política de los nacionalistas.

Equivocan la causa de sus males y también la solución. Participar a todos los estratos sociales de los beneficios de la globalización es responsabilidad de los Estados, no del orden mundial. La desigualdad no se importa ni es producto de una conspiración internacional.

Pero el asedio contra la globalización es particularmente paradójico ahora que el mundo despierta a la realidad del calentamiento, sí, global. El cambio climático enfatiza la interdependencia de las naciones y la necesidad de cooperar para preservar la especie. Solo quien no crea en la ciencia lo puede negar.

agonzalez@nacion.com

Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.