Desde hace tiempo, el Automercado intenta convencerme de abandonar las bolsas plásticas utilizadas para transportar las compras. A falta de una bolsa reutilizable de otro material, los cajeros ofrecen una caja de cartón. A menudo declino. No manejo, y llevar una caja a cuestas es incómodo.
Nunca desaprovecho la oportunidad de reciclar. Lo hago minuciosamente y hasta las bolsitas para recoger las gracias de mi bulldog son biodegradables. Como periodista, denuncio el abuso del plástico, pero en ese momento crucial, frente a la cajera del Automercado, vienen a mi mente pretendidas justificaciones para una conducta a todas luces inconsecuente.
Ya no solo justifico la bolsa plástica por la incomodidad de cargar una caja, sino por el hecho mismo de ser un caminante. Mi reducida huella de carbono probablemente compense los efectos nocivos de la pinche bolsa plástica. Observo a quienes aceptan la cajita de cartón y rechazo mentalmente todo reproche a mi conducta. “Yo saldré caminando mientras usted y sus cajitas viajan a expensas de un motor de combustión”, digo para mis adentros con cierta vanagloria.
Los cajeros plantean una alternativa. Siempre tienen a la venta bolsas reutilizables. Tampoco las aceptaba. ¿Voy a comprar una cada vez que voy al supermercado? Esta nueva argumentación es más débil. Las cajas son difíciles de cargar y los peatones no contaminamos, pero la única razón para no emplear una bolsa reutilizable es la pereza de cargar con ella camino al supermercado.
Pero a veces voy al Masxmenos, cerca de mi lugar de trabajo. ¿Voy a tener una bolsa reutilizable también en mi escritorio? Ahí está la excusa; la última trinchera. El supermercado me obligó a abandonarla con un despliegue de valentía (de ellos, no mía). Hice la compra y pedí una bolsa. “Ya no hay”, dijo el cajero. Solo atiné a dar las gracias, sin explicar por qué. Salí del establecimiento con un dilema resuelto y bastante menos hipocresía.
Mi resistencia no cedió del todo. Las bolsas plásticas están descartadas, pero no compré la reutilizable. Hice malabares para caminar de regreso al trabajo con varios artículos en las manos. A medio camino, me sentí verdaderamente idiota. ¿Qué tiene de malo guardar una bolsa reutilizable en el escritorio?
Claro está, una mirada a la compra evidencia la cantidad de plástico utilizado en envases y empaques. Es un problema apremiante. El fin de las bolsas del súper es apenas un ensayo. Bien vale la pena y, a fin de cuentas, la pena es poca.
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Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.