El Ártico guarda 1.672 millones de toneladas métricas de carbono bajo la capa de hielo conocida como permafrost. Según los últimos informes examinados en Nairobi por la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el calentamiento global hará desaparecer, en pocos años, el 45 % de la superficie congelada y liberará los gases de efecto invernadero atrapados en el suelo.
Grandes cantidades de dióxido de carbono y metano se alojarán en la atmósfera y acelerarán el calentamiento global. El aumento de las temperaturas derretirá más hielo y alimentará un círculo vicioso de trágicas consecuencias para el planeta y sus habitantes. La peor noticia son las escasas posibilidades de evitarlo.
El cumplimiento del Acuerdo de París no es seguro, pero si la humanidad consigue limitar las emisiones de conformidad con lo estipulado en la capital francesa, el deshielo de los suelos del Ártico impedirá, de todas maneras, alcanzar la meta de contener el calentamiento a 2 °C sobre los niveles preindustriales.
Según los científicos, el techo deseable para reducir los riesgos del cambio climático es de 1,5 °C, pero ese objetivo parece inalcanzable dada la regresión de las políticas ambientales en países como Estados Unidos y Brasil, amén del incumplimiento de otras naciones y, ahora, por el decisivo voto del Ártico.
El derretimiento del permafrost ejemplifica los peligros de desencadenar reacciones imposibles de gobernar. La región polar está tomando una dinámica propia cuya reversión escapa a nuestros recursos y esfuerzos. La humanidad puede limitar el daño para convivir con él, pero es demasiado tarde para evitarlo.
Sin embargo, no parece clara la voluntad de evitar males mayores. Importantes sectores políticos insisten en privilegiar intereses económicos tradicionales y cortoplacistas. En el mundo desarrollado, rechazan los costos de transformar la economía del carbono. Por su parte, los países subdesarrollados exigen su turno de contaminar en aras del progreso, como lo hicieron las naciones ricas desde la Revolución Industrial.
La tragedia está anunciada y hay serios efectos precursores cuya constatación no plantea dificultades. Los científicos advierten de efectos cuya gravedad y rapidez superan las estimaciones iniciales. Un niño nacido hoy tendrá 81 años en el 2100, cuando la temperatura invernal del Ártico habrá subido entre 4 °C y 5 °C aunque pongamos fin a las emisiones en este instante.
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El autor es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.