Las elecciones nacionales del pasado domingo en Panamá guardan ciertas similitudes con nuestro reciente proceso. Los vientos del anticontinuismo también barrieron allá y al nuevo Gobierno le costará mucho formar mayorías parlamentarias. En efecto, la presidencia la perdió el oficialismo, nadie daba un cinco por el candidato ganador, el Congreso (Asamblea Nacional) quedó fragmentado, ningún partido tiene mayoría parlamentaria y el ganador tiene una fracción pequeñita, incluso más reducida que la que aquí obtuvo el PAC.
Los rasgos comunes son, sin embargo, solo parte de la historia. Hay importantes diferencias entre ambos países tanto en las reglas electorales como en el proceso vivido. Allá no hay segundas rondas, sino que gana de una sola vez el que tenga más votos (lo que crea la posibilidad de que candidatos con respaldos reducidos ganen la presidencia, como efectivamente ocurrió). El nivel de participación electoral en Panamá es superior al nuestro (76% frente a 68%). El Gobierno, en particular el presidente Martinelli, se metió abiertamente, sin ascos, a hacer campaña por su partido y, de feria, puso a su esposa como vicepresidenta del candidato oficialista.
Somos vecinos distantes. Las fortalezas panameñas son debilidades nuestras y, al revés, las fortalezas nuestras son debilidades de ellos. El problema es que hacemos poco para complementarnos. La economía panameña crece como la espuma; la nuestra, no. Su infraestructura logística (puertos, canal, metro y ferrocarril) es clase mundial; la nuestra, marca perro. Del otro lado de la tortilla, la calidad de la mano de obra costarricense es muy superior, la pobreza y la exclusión social son aquí mucho menores y, pese a los problemas, tenemos un razonablemente robusto Estado de derecho (allí, la institucionalidad es de papel cebolla).
A ambos países los recorren profundas fracturas internas y tienen debilidades estratégicas. Panamá: su monumental burbuja inmobiliaria, la depredación, a lo chancho chingo, de sus recursos naturales y su acentuada debilidad institucional. Costa Rica: su inmovilismo, déficit fiscal y pérdida de competitividad. Es poco útil ponerse a comparar cuál está mejor, porque todo depende del tema que se aborde. Más interesante es preguntarse por qué históricamente Costa Rica no se ha pellizcado y no ha aprovechado la cercanía con el Canal de Panamá, una de las principales arterias comerciales del mundo. En años recientes se habló de la necesidad de constituir un G2 para contrarrestar los problemas en el norte de Centroamérica. Cierto que Panamá no es asignatura fácil, pero el G2 sigue como tarea pendiente.