Nuestra manera de hablar es un verdadero zoológico: “esa mae sí es un gato”, “fulano es un perro”, “esa chavala es una zorra”, “el tipo es una rata”, “¡qué burra fulana!”, “carajo más caballo”, “aquella es un lince”, “eso era un cucarachero”, “se batió como un león”, “estás pa’l tigre”, “se hizo el chancho”, “¡qué mosquero ese!”, “comió como un pajarito”. Y así. Uno no sabe qué han hecho ciertos animales para merecer esa fama, pero lo cierto es que nuestra habla parece el arca de Noé. Y nos damos a entender perfectamente.
Podría tomar uno partido por los animales invisibilizados, una noble causa a favor de la inclusión lingüística que, sin duda, aseguraría a todos al menos un mínimo chance de figurar. Imaginénse: un cuarto de hora de gloria para el tepezcuintle, el delfín, el rinoceronte o el ocelote. Todo lo cual, por supuesto, nos llevaría a preguntarnos por qué otros animales han sido relegados al olvido. Ya no se oyen cosas como “peinar la culebra” o “le canta la gallina”, olvidos que curiosamente parecen tener sin cuidado a culebras y gallinas; ninguna de ellas se ha quejado, que se sepa.
Supongo que los esquimales tendrán su zoológico lingüístico y los bosquimanos del Kalahari, en África, también. Aquellos hablarán de focas, orcas y osos; estos, de antílopes, elefantes y quién sabe que otros bichos. Los humanos vivimos rodeados, real e imaginariamente, por animales. Los zoológicos lingüísticos nos recuerdan que somos parte de un mundo más ancho que el ciberespacio o nuestros edificios de cristal y acero. Aunque sea en el terreno de la ficción, reconocemos en la fauna a primos más o menos lejanos de nuestra especie.
El punto es que, de no cambiar, el ser humano terminará habitando el zoológico imaginario. Miles de especies están en peligro de extinción, sea por la caza indiscriminada a las que están sometidas, por la expansión incontrolada de los hábitats humanos, que han destrozado sus medios de vida, o, indirectamente, debido a las alteraciones de los ecosistemas producidas por el cambio climático. En el 2012, el Programa de Naciones Unidas para el Ambiente señaló que los sistemas naturales están siendo llevados a sus límites biofísicos y que hay riesgos crecientes de cambios catastróficos.
Lo que pasa es que no saldremos ilesos. El tema no es solo que hablaremos de leones y chanchos como evocación, sino que nuestra especie estará en peligro inminente. Aumentos en la temperatura global afectarán la agricultura y nos harán más vulnerables a virus y bacterias. ¿Malas pesadillas? ¿Alarmismo innecesario? Los datos a mano, aunque incompletos, sugieren lo contrario. A la fuerza, en el próximo siglo la sociedad global cambiará drásticamente.