Kaputt . Visto está que en este país podemos pasar de vivir un cuento de hadas a retozar en un chiquero en dos monazos. No terminábamos de frotarnos los ojos con la participación soñada de nuestra Selección mayor en un Mundial de Fútbol cuando nos tuvimos que limpiar las orejas ante un pleito digno de culebrón venezolano, con lágrimas, carajeadas, bajadas de piso y miradas fulminantes entre protagonistas. Como pleito de burdel, los botellazos van y vienen, y uno sin dónde guarecerse.
El país se dividió entre los PP (pro-Pinto) y los AP (anti-Pinto). Veremos si la inquina entre ambos llega, o no, al río y si los patrocinadores de la Selección buscarán una mediación de las Naciones Unidas antes de meter más plata a una marca que se dañó. Al presidente de la Fedefútbol la situación se le escapó de las manos y quedó mal parado con todos los bandos. Lo único que parece ser claro por el momento es que el señor Wanchope quedó en el puesto del señor Pinto. Por el momento, digo, pues falta la ofensiva final de los PP.
Para más inri, ayer se consumó el fiasco completo de la Selección sub-20 masculina de fútbol. Quedó fuera en una competencia en la que era casi imposible quedar fuera (clasificaban 4 de 7, siendo Belice y Nicaragua parte del tinglado). El fiasco es un recordatorio de que, después de todo, un buen director técnico hace la diferencia y uno malo produce malos resultados. En fin, andamos con el “ruedo suelto” y bien pringados. ¿Conclusión? “Tome, chichí” todo el mundo, Varguitas incluído. ¿Qué creían, que Costa Rica finalmente había tomado vuelo?
Como uno no estuvo metido dentro del proceso, solo observa consecuencias de acciones que no vio. De ahí que no me meto en el pleito de los PP con los AP, pero reconozco que el país le debe mucho al señor Pinto, personalidades y método aparte. Para mí, la cuestión es otra. Me pregunto si esta caída del paraíso al infierno futbolero fue obra de casualidades, de los personajes e idiosincracias ahí involucrados, o si la implosión es una metáfora de un cierto estado de ánimo de una sociedad que se ha convencido a sí misma de que no puede hacer bien las cosas ni cuando las hace bien. Que preferimos ser antropófagos del éxito, con tal de que a nadie se le ocurra cambiar nuestra mentalidad y confort.
Supongamos que, en efecto, este desaguisado refleja un problema sociológico mayor. No lo sé, aclaro, pero me interesa la hipótesis. Significaría una de dos cosas: que nos interesa más defender “los procesos” que los “resultados”, o que, para tener resultados, la única manera es volar chilillo a una manga de chineados que somos los ticos. Creo lo primero más cierto que lo segundo. La cuestión es cómo salir de la ciénaga.