Ando por tierras lejanas en busca de gélidos fiordos de aguas turquesa, y me voy enterando de que Costa Rica tiene uno tropical a toda madre. Pues sí, ni más ni menos que un fiordo, sin vikingos ni el mítico Valhala, sitio de los dioses nórdicos, pero uno al fin, de verdes intensos y lapas y tucanes. Y con sol, una ventaja añadida.
Me refiero al golfo Dulce, allá en el sur. Me lo dijo, primero, la directora de un centro de investigaciones y, con ese dicho, me fui y lo corroboré. En efecto, habemus fiordo: lo único que nos falta es ser un país desarrollado, como Noruega, o acercándose, como Chile. Pero eso, sin duda, es un detalle.
Fiordo: dedo de mar que penetra profundo en tierra, rodeado por abruptas montañas y que es de aguas profundas. Resulta que hay pocos en las zonas tropicales: alguno en Venezuela, descartado por el desastre social y político en ese país; otro en Galápagos, precioso, pero carísimo para llegar y de cupo limitado; y otro más en Indonesia, muy largo de aquí. Y se acabó. En la costa Pacífica del continente americano, estamos solos.
¡Ujú! De repente me pongo creativo e imagino, corrijo, escucho a una querida persona diciéndome: “Caramba, eso de un fiordo aquí en Costa Rica puede tener valor turístico: una mancha más para el tigre”.
Nuestro golfo Dulce es, sin embargo, asiento de sistemas ecológicos marinos y terrestres, tan ricos como delicados, hogar de una de las zonas de mayor biodiversidad del mundo y casa de maternidad de especies marinas. Por eso, al fiorditico este hay que tratarlo con cariño. Además, como su entrada es poco profunda —el hueco más hondo está dentro, metiéndose en el fiordo—, contaminar sus aguas es un tortón.
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Fiordo+Corcovado: una boutique de la naturaleza. ¡Qué buena y única combinación! Es imán para atraer a científicos y turistas amantes de la naturaleza e integrar a los pueblos de la zona a un turismo inclusivo, categoría mundial. En esta dirección se avanzó hace unos años mediante la iniciativa Caminos de Osa, patrocinada, entre otros, por la Fundación Crusa. Pero falta mucho.
Posicionar al golfo Dulce implica comprarnos la idea de un desarrollo regional integrado. La realidad actual, sin embargo, conspira en contra: es una de las zonas más pobres del país, golpeada por el narco. Quizá es tiempo de volver los ojos hacia esta región; esta vez, con una propuesta de valor distinta.
El autor es sociólogo.