Ha sido una semana trágica en América Latina. Acontecimientos traumáticos, uno en cada extremo del continente, nos recuerdan dos grandes desafíos que nuestra región enfrenta: la debilidad de las instituciones del Estado de derecho y las consecuencias políticas de la grande y persistente desigualdad social. Empecemos por lo ocurrido en la ciudad mexicana de Culiacán, capital del estado de Sinaloa y cuna de uno de los carteles más poderosos del narcotráfico. En un operativo calificado de improvisado por el propio Ejército, un grupo de policías y soldados capturó al hijo del Chapo Guzmán, cabecilla del cartel encerrado en una cárcel de Estados Unidos.
El operativo desató una contraofensiva militar del narco. Centenares de sicarios armados hasta los dientes sembraron el caos, arrinconaron a tiro limpio a las fuerzas de seguridad, las cuales, para salvar el pellejo, pusieron en libertad al júnior. Atrás quedaron muertos, heridos, edificios y vehículos incendiados, una horrible estela que no solo retrató la debilidad del Estado mexicano, sino quién manda en esa zona. Luego, por supuesto, vinieron las excusas, pero lo único claro fue que los narcos les pegaron una majada a las fuerzas del orden y un país entero quedó con la moral por el suelo.
Miles de kilómetros al sur, en Chile, el país más desarrollado de América Latina, las autoridades decidieron subir unos centavos de dólar al pasaje del metro de la capital. El alza causó una semana de protestas masivas, actos vandálicos contra la infraestructura y edificios: un estallido de cólera social, tan inesperado e inorgánico como intenso. Santiago se convirtió en la ciudad de la furia, como dijeron varios analistas recordando una famosa canción de rock argentino. ¿Cómo pudo ocurrir eso en Chile? Para empezar, es el tercer estallido social en una década. Diversos académicos han apuntado que, si bien el progreso económico del país ha mejorado las condiciones de vida de los ciudadanos, no han disminuido las distancias sociales. Mientras un grupo reducido ha concentrado los beneficios de ese progreso, las mayorías tienen escasos ingresos y poca protección social. Y eso crea agravios.
Hay que poner las barbas en remojo. Aquí, el narco busca controlar territorios. Aquí, la creciente desigualdad alimenta el descontento y mucha población se está quedando atrás. Es indispensable prever.
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El autor es sociólogo.