La indecisión electoral 2018: este es el clima político actual a pocos días de escoger al próximo gobierno y Asamblea Legislativa. Cinco candidatos se apiñan en una franja de apoyo electoral, entre el 9 % y el 17 % de intención de voto, lejos del 40 % necesario para ganar en primera ronda.
Esa raquítica competencia se asienta sobre arena movediza: hay cerca del 30 % de indecisos y, aún más fregado, la mitad de quienes tienen candidato cambiaron su preferencia en el último mes, sin una clara tendencia.
En esas condiciones, no importa quién le saca dos puntos porcentuales a quién, y si fulano va de primero o tercero. Son irrelevancias frente al tamaño de la indecisión: ¿Por quiénes se decantarán postreras las masas?
Si todavía hay cinco candidatos apretujaditos, no es fácil aplicar el voto estratégico. Apelar al voto útil (vote por mí para que no gane aquel) da al elector poca guía, pues son varios quienes dirán eso a coro.
Pienso que lo del “menos malo” tampoco funciona porque, a este punto, la ciudadanía ha dado abundantes señales de que no ve muchas diferencias entre ellos.
Si bien hay gran incertidumbre sobre los resultados, no hay ninguna duda sobre la situación política que emergerá de las urnas. En mayo tendremos un Ejecutivo que ganará con el “voto prestado”, volátil, de muchos. Será un presidente cuyo partido le ofrecerá pocos, y en algún caso, ningún cuadro técnico para formar un robusto equipo de gobierno.
La Asamblea Legislativa quedará fraccionada, el Ejecutivo no estará ni cerca de tener mayoría legislativa y tendrá, apenas entrando, que lidiar con una situación fiscal complicadísima. Todo esto lo prevemos, aunque no sepamos quién ganará.
En esas circunstancias, la clase política en su conjunto (y no solo el gobierno) puede aplicarse el harakiri y, de paso, llevarse en la tira a todo el mundo. ¿Cómo así? Seguir con el juego del entrabamiento y bloqueos recíprocos mientras arden los problemas urgentes y estalla la bomba fiscal.
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No veo otra que intentar, por primera vez en la historia reciente, un gobierno de coalición entre varios socios que acuerden un programa mínimo común. Implicará ceder carteras ministeriales a otros partidos y aprender a trabajar en un gobierno multipartidista.
¿Que es enredado y no tenemos experiencia? De acuerdo, pero no hay mucha opción: el que gane no tendrá músculo para gobernar solo con su partido.
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El autor es politólogo.