Una norma parece dictar el comportamiento de los gobernantes en buena parte del mundo: “Si puede, haga la ley a su imagen y semejanza; si no, pásesela por el trasero”. No solo es una conducta cada vez más generalizada y, en ese sentido, un dato de la realidad, sino que es una norma aspiracional que sintetiza el entendimiento de muchos acerca de la manera como debe ejercerse el poder.
El creciente desprecio por la ley, a la cual consideran una herramienta más para lograr sus fines, no se circunscribe solo a los gobernantes de regímenes autoritarios. Por supuesto que, en ellos, los dictadores harán lo que sea para mantenerse en el poder, gobernando para sí y su grupito. En el patio, tenemos hoy personajes como Ortega en Nicaragua o Maduro en Venezuela, quienes siguen a pie juntillas esta máxima.
Se trata de resistir las presiones, reprimirlas y aguantarlas con tal de sobrevivir y enriquecerse. Así, como dicen dos estudiosos de la política en el libro Manual del dictador (Bueno de Mesquita y Smith, 2012), el mal comportamiento se convierte en una estrategia política ganadora. Y, como los dictadores se la saben por libro, otros desean emularlos: para seguir en el vecindario, el presidente hondureño Hernández va de lazarillo.
El problema, decía yo, es que el desprecio por la ley está siendo empleado cada vez más por políticos en regímenes democráticos para cimentar su poder. Modi, en la India, la democracia más poblada del mundo, acaba de violar impunemente la Constitución de su país para lidiar con problemas en una región fronteriza con Pakistán. Boris Johnson, en el Reino Unido, una de las cunas de la democracia moderna, está permanentemente tentando los límites de una Constitución no escrita, incluido el no reconocer la autoridad del Parlamento. Trump, en Estados Unidos, ha atacado regularmente al poder judicial.
La democracia contra la ley: argumentan que por encima de la ley está la soberanía popular y, por supuesto, que ellos son la encarnación de lo que el pueblo quiere. Pueblo es lo que ellos dicen que es.
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Cuando veo a Costa Rica, reconozco que los gobiernos han respetado el Estado de derecho. Esto es una salvada, especialmente en estos tiempos difíciles. Sin embargo, oigo mucha hablada, entre políticos aspirantes, contra las leyes y los jueces, y ello me preocupa: pueden no gustarnos, pero es lo que tenemos para convivir civilizadamente.
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El autor es sociólogo.