Me preguntaba, abismado, si en esta posmodernidad virtual había muerto la literatura. Tanto se lee y se escribe chapuceramente en Internet, y tan poco en bibliotecas, que es difícil pensar que la buena escritura y lectura sigan vivas. Sin embargo, un ensayo de Antoine Compagnon, profesor de Literatura en el Colegio de Francia, mitigó un poco mi desasosiego. Dice: “Non, la littérature n’est pas en danger”.
Le preguntaron si la literatura estaba moribunda. Respondió que lo que estaba en peligro, más que la literatura, era la lectura, es decir, la lectura reposada, reflexiva y filosófica, aquella dedicada a explorar a los escritores que confrontan los grandes temas del momento y que, por tanto, demanda atención y concentración prolongadas. Irónicamente, se lee y escribe hoy mucho más que hace tres décadas, o más, pero la calidad de lo que leemos y deletreamos ha decaído notablemente.
Internet y sus hijuelas —Facebook, Twitter, Messenger— han mutilado las formas de escribir. La peor es WhatsApp: escueta, puntual, ilegible a veces, siempre rebelde ante la gramática convencional por su brevedad y premura intrínsecas, pero imprescindible. Pienso también en el periodismo virtual y participativo, preso de instrumentos punzocortantes de doble filo: expanden el contenido de los reportajes y artículos de opinión (retroalimentación), pero desatan los bajos instintos de lectores inescrupulosos, más proclives a ofender y descalificar que a aportar ideas.
¿Hacia dónde nos conducirán esas atroces, pero imprescindibles, formas de comunicación? Compagnon no es tan pesimista y da sabios consejos. Dice que la literatura no ha caído ni caerá nunca en desuso, aunque atraviese períodos de mutismo o sequedad. La prosa universal es una “constante”. Cada siglo ha tenido sus grandes talentos y, de pronto, surgen otros de gran calidad, aunque la academia y los lectores tarden en reconocerlos.
Yo leo invariablemente a mis colegas economistas y me maravilla el contenido de lo que dicen, pero me escalofría la forma tosca de escribir. En este sentido, cobra relevancia el consejo de Montagnon: insistir en que los economistas, abogados, politólogos y “traductores” de las ciencias reciban un barniz literario en su formación profesional. Exigir “humanidades”, aun en carreras cortas, sería ideal. J.M. Barrie, autor de Peter Pan, dijo una vez que en el mundo moderno solo los científicos tienen algo que decir, pero no saben cómo decirlo. Hélas!
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El autor es abogado y economista.