En la profusa lluvia de ideas caída de todos los cielos para reactivar la economía, hay una que no encaja: el encaje mínimo legal.
Es una porción de los depósitos compelida a permanecer inerte en las bóvedas bancarias cuyo costo se traslada al usuario como parte del margen de intermediación financiera. Por esa razón, algunas personas y una respetable cámara empresarial recomiendan reducirlo con el sano, pero incierto, propósito de liberar recursos para aumentar el crédito y reactivar la producción.
¿Debe la Junta Directiva del BCCR complacerlos en las circunstancias actuales? La respuesta es no. No, por ahora. Primero, no es seguro que los bancos trasladen el menor costo al usuario y cobren menos tasas de interés; podrían aumentar utilidades, pues el sistema es muy monopolístico. Otra razón para dudar es que apostar casi exclusivamente por el corcel de las tasas para ganar la carrera, como pretende el gobierno, es muy frágil. Japón mantuvo por décadas una política de dinero barato sin poder crecer; Europa ha usado, y usa, tasas negativas con magros resultados; y Estados Unidos duró 10 años con sus tasas on sale, pues, aunque sobraban recursos (oferta), escaseaba la demanda real. Cuando uno no quiere, dos no copulan; en la jerga de la Fed: It takes two to tango.
Para mí, la razón más importante para desechar la baja de encajes es que el BCCR ha venido arrastrando, por años, abultadas pérdidas financieras en términos del PIB, por sus erróneas políticas monetarias. Esas pérdidas se suman al déficit consolidado del sector público y rompen el equilibrio “macro”, que es, precisamente, lo que ahora se trata restablecer para encauzar la economía por el sendero sostenible de la estabilidad.
Al reducirse el encaje, se liberarían recursos que eventualmente presionarían la inflación y obligarían al BCCR a absorber de nuevo la liquidez por medio de bonos de estabilización monetaria y otros títulos que devengan intereses e incrementan sus pérdidas. En el 2019 equivalen a un 3 % del PIB y en el 2020 subirán al 4 %, porcentaje nada despreciable. Además, el Banco tiene formas menos dispendiosas de aumentar la liquidez: no renovar títulos de deuda al vencimiento, por lo que ahorraría en el pago de intereses. Todo banco central (bien manejado) debería arrojar utilidades. Es el famoso señoreaje. Cuando el nuestro lo recobre plenamente podrá, entonces, bajar encajes sin temor a castigarnos con futura inflación.
El autor es abogado y economista.