Quien te quiere, te aporrea, dice un viejo refrán. Bajo ese espíritu, voy a formular un elogio y un reproche al Banco Central.
El reproche es que hace unas semanas, al describir la evolución del PIB real en el primer semestre, dejó un sabor amargo en los lectores sobre la tendencia futura de la producción. Días después, al repetir el ejercicio para el segundo trimestre, volvió a pintar el mismo escenario fatalista. Dijo: “Continúa la pérdida de dinamismo observada desde el segundo trimestre de 2018”.
Como era de esperar, la prensa entera, economistas y políticos replicaron esa frase, hicieron retumbar el pesimismo y exacerbaron las expectativas con efectos potenciales preocupantes: si una institución del calibre del Banco Central insiste en que vamos mal, los agentes económicos serán más pesimistas, lo cual afectaría el gasto y la inversión. Lo grave es que las publicaciones se hicieron después de que el propio Banco diera a conocer el informe del índice mensual de actividad económica (IMAE) de julio, donde ya se vislumbraba una mejoría. Pudo haber aclarado que, si bien la variación era menor comparada con el 2018, se había detenido la caída, como sí lo hizo al reseñar el IMAE de agosto. Le faltó malicia indígena.
Yo sí me atreví a apostar por el Banco Central. Dije que habíamos tocado fondo en junio, cuando las tasas de aceleración —que venían siendo negativas— llegaron a cero (punto de inflexión) y, en julio y agosto, se tornaron positivas; también, que podrían mejorar en respuesta a los proyectos aprobados recientemente por la Asamblea y los esfuerzos hechos por Hacienda. Las cifras difundidas sobre el moderado crecimiento del gasto y el menor déficit primario, junto a la estabilidad de precios y la tranquilidad cambiaria lograda por el BCCR, corren a favor de las expectativas. La inflación sigue dentro de las metas, la política cambiaria se logró asentar y las reservas se han mantenido estables: en enero, eran de $7.495 millones y, al viernes anterior, de $7.504 millones. Ahí hay toda una historia que contar.
Vamos recobrando poco a poco la tranquilidad. Los resultados futuros serán modestamente mejores. También es un buen momento para consolidar las reformas legales pendientes, redoblar esfuerzos hasta afianzar la reactivación y emprender reformas estructurales para aspirar a un crecimiento elevado y sostenido que permita bajar el desempleo. En eso, pongo mi fe en la Asamblea Legislativa.
El autor es abogado y economista.