En la madurez, los varones de la familia nos volvimos ermitaños, ceñidos a la naturaleza. El mayor, Víctor, se afincó en Coronado y solo baja a la ciudad encañonado por mis hermanas para que las visite; yo vivo en una rústica cabaña en San José de la Montaña entre libros, letras y crianza de especies menores; y el menor, José Alberto, se refugió en un peñón sobre la playa donde dedica horas enteras a criar peces, filosofar y divisar las aguas del Pacífico, como centinela. Evoca la estoica lucha del pescador, plasmada con maestría por Ernest Hemingway en El viejo y el mar.
Esa historia cuenta que Santiago, el viejo, era un pescador cuya única fortuna eran su barquita, cuerdas, señuelos y un par de remos que blandía con tesón. Llevaba 84 días sin lograr pescar. Una vez, en las costas cubanas, capturó un enorme pez espada. Luchó tres días para doblegarlo. De inmediato, enrumbó la quilla al puerto, pero, en el trayecto, los tiburones le robaron poco a poco la presa de su sustento.
LEA MÁS: La pesca de arrastre es un crimen ambiental y una barbarie
Pues bien, el menor de mis hermanos es también amador de la pesca artesanal y ferviente defensor del mar y sus recursos. Cuando el Incopesca autorizó la pesca de arrastre, reaccionó contra esa técnica depredadora del fondo marino desarrollada por grandes firmas y me envió este breve pero bien fundado exhorto: “Con estupor y profunda preocupación leí sobre la crasa decisión del Incopesca de autorizar nuevas licencias de pesca de arrastre, abolidas sabiamente por la Sala Constitucional. Mucho te agradeceré alertar a tus lectores en las áreas económicas y políticas que cubres transparentemente sobre el peligro de destruir el lecho marino. El mar regula el clima del planeta, lo suple del oxígeno que respiramos los seres vivos, aporta la mayoría del agua dulce, sin mencionar transporte, alimentación y recreación. Si permitimos lo que otros han prohibido, no habrá planeta, ergo, economía. Acudo a tu pluma y conciencia en nombre de los indefensos habitantes marinos y riberas para aportar un granito de playa en defensa del noble mar”.
En mi alegoría de El viejo y el mar, Santiago son todos los seres que viven del mar, aunque sea espiritualmente, como mi hermano, y los escualos son los grandes intereses depredadores. No basta con “reducir sustancialmente los daños”, como arguye el gobierno. El mar es el ser viviente más grande del planeta y debemos protegerlo para no socavar su habilidad natural de sustentarnos. La Sala fue tajante. El Incopesca debe recular.
LEA MÁS: La pesca de arrastre debe ser proscrita
El autor es economista y abogado.
jorge.guardiaquiros@yahoo.com