Columnistas

El irredimible pecado de ser humano

Había algo apostólico en la manera de tocar de Claudio Arrau. La gente iba a escucharlo como se escucharía a un hierofante, a un sacerdote, a un iluminado.

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Un director de diversas orquestas en el mundo entero acompañó muchas, muchísimas veces, al inmenso Claudio Arrau. El Cuarto y el Emperador, de Beethoven, los dos de Liszt, los dos de Brahms (“El primer concierto era su pieza, sabes… Nunca he escuchado una versión más bella. Noble, grandiosa, como una catedral”). Así que la obra le pertenecía por derecho real. Y sí, puedo ver por qué. Es, en efecto, una pieza que solicita la aproximación proba, honesta, sobria, contenida, impecable, el balance perfecto entre emoción y razón, la solidez en la concepción de la forma que caracteriza su estilo. A buen seguro, uno de los cinco o seis más grandes y venerados pianistas del siglo XX.








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