Aquel día para José, el hijo menor, fue de especial significado. Durante el resto de su vida siempre lo recordó. Resulta que, al finalizar la cena, el padre se expresó casi en forma de sentencia: “Llegó el momento, mañana comenzaré a construir nuestra casa”. Eso fue todo lo que dijo, exactamente, aquel día al terminar la cena.
Construir la casa había sido una inquietud permanente del padre, parte de algo que sucedería sin duda alguna. La casa, como estructura del hogar, la que llegaría al fin a complementarlo. Su hogar era la esposa, los hijos, la diaria labor y una idea de familia. Pero sin la casa, solamente fue un proyecto al que le faltaba el agregado esencial.
Durante aquellos diez primeros años de su vida, José siempre escuchó a su padre hablar de la casa; del lugar donde se construiría, de las habitaciones, de los corredores, del patio trasero, del jardín interior y de aquella especial habitación para meditar. Era, esta habitación, un misterio para José. ¿Qué quería decir meditar? ¿Por qué era tan importante que merecía una habitación especial?
Lo de habitaciones para Ignacio y Roberto, sus hermanos mayores, lo comprendía. Lo de un espacio más pequeño para él, también, pues era el menor de todos. Además, tuvo muy claro que un jardín en el centro de la casa era un regalo amoroso para su madre que siempre hablaba de plantas y flores y de un oloroso árbol de limón, repleto de azahares; y todo en el centro de la casa.
De esto ella hablaba por aparte, en ocasiones para sus hijos, pero nunca cuando el padre se refería a la construcción de la casa. Ella, entonces, no lo interrumpía. La palabra del padre, en solitario, era como una profecía, algo que, desde luego, tendría que suceder. Mientras tanto, el hogar continuaba como un proyecto. La casa, el jardín central, todo lo tenía José bien pensado, de comprensión total. Pero ¿lo de la habitación para meditar? Se mantenía como un misterio para el niño José.
Aquel día, al terminar la cena, quedó flotando en el ambiente una colectiva y alegre satisfacción. Al fin, iban a tener una casa y un jardín para la madre. Al fin el padre lograría completar el hogar.
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Quince años después de construida la casa, José pasaba la mayor parte del día pensando, estudiando, escribiendo en la habitación que su padre construyó para meditar. Con una ventana al jardín central, podía contemplar las flores, los insectos, los pájaros y a su madre recogiendo limones y aspirándolos con gran satisfacción.
Su padre había muerto y sus hermanos, casados, vivían lejos. Pero en alto se mantenía la ilusión del hogar porque una madre podía atender un pequeño jardín y su hijo, que la acompañaba, se complacía meditando desde una especial habitación.
El autor es abogado.