El guardabarrancos es el ave nacional de Nicaragua. Tiene una belleza singular de vivos colores y su cola termina en una doble pluma azulada. Anida en los farallones y su canto anuncia alerta o peligro. De alguna manera, avisa a los animales del bosque que deben resguardarse de los depredadores. Si se le aprisiona, se estrella contra la jaula hasta morir, nació para la libertad y por ella vive y perece.
Los acontecimientos que se iniciaron en el país del norte en abril pasado no provienen de un movimiento político orquestado por la oposición a Ortega y su séquito. Ni siquiera existe una fuerza política organizada unida que se les oponga. Nació de un malestar espontáneo de la población y son los estudiantes quienes han puesto la cara y los muertos.
La represión indiscriminada se ensaña contra los civiles desarmados, al grado que ya, el menguado aprendiz del disimulo, utiliza armas químicas que mataron, sobre todo, a niños y ancianos. Esto sucedió en Masaya el pasado fin de semana.
Pueblo guerrero desde los orígenes de los tiempos, Monimbó ha dicho no más… y eso, saben los sandinistas, equivale a una sentencia de la caída de un régimen de contradicciones y saqueo.
Abandono. Como no es novedad, los supuestos apóstoles de los pobres los abandonaron en 1979, y llevan una vida ostentosa en una burbuja de autocomplacencia y engaño. Fomentan la ignorancia sistematizada de la población como instrumento de domesticación y soslayan a los intelectuales que migraron a otros países.
Las “bellas almas”, diría Hegel con su fina ironía, a menudo ignoran que son las ideas las que cambian el mundo, las balas matan, las palabras convencen cuando guardan congruencia con la manera como se vive. Eso no aplica para esa nomenklatura.
Está claro que la riqueza poco disimulada de la élite sandinista es como el amor: no se puede ocultar. Aunque nos hagamos de la vista gorda, ellos tienen fuertes inversiones en Costa Rica a través de ingeniosos tinglados de sociedades y testaferros locales.
Lo que han hecho Ortega y sus esbirros es burdo, ha soltado prisioneros comunes de las cárceles, les ha pagado una suma diaria irrisoria para que salgan a matar, robar, provocar incendios y caos. La Policía Nacional o no interviene o reprime a quienes intentan defenderse.
Licencia para matar. El mundo patas para arriba (diría Galeano), pero los más cobardes son los francotiradores del Ejército sandinista, que se parapetan para matar gente como disparar confites; tienen carta libre. Muchos de ellos lo disfrutan, son probables psicópatas, tan genocidas como sus patrones. Los llamados antimotines son en realidad fuerzas represoras del régimen, no intentan recuperar el orden, sino lo opuesto, cultivan el caos porque eso les fue encomendado.
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El error de la estrategia del gobierno (casi saliente) de Ortega y sus cada vez menos allegados, es no aceptar que su puerta de salida se estrecha día a día. Puede ser que su inmenso capital esté a salvo y les alcance a sus descendientes para vivir holgadamente por varias generaciones. Pero es un dinero manchado de sangre. El karma existe, la rueda del destino va a girar y nadie escapa de sus actos.
La historia no se detiene, los gobernantes cambian, la ignominia cesa, el recuerdo se difumina, el canto del guardabarrancos permanece intacto, vuela hermoso en una tierra herida que despierta.
El autor es abogado.