Dueño de ti, dueño de qué, dueño de nada

Es hora de educar a los niños dentro de los límites de sus egos.

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¿Cuántos hombres y mujeres han sido educados en la idea de que son dueños del mundo y todo lo que hay en él: cosas, personas, sentimientos y posiciones les pertenece de manera obligada?

Estas personas crecen deseándolo todo y pidiendo de todo. De niños, si van a un paseo, se antojan en el camino, una y otra vez, porque todo es de ellos. Helados, granizados, cajetas, semillas de marañón, juguetes, zapatos, mamás, papás, primos, novias, novios y así hasta que se cierra la puerta de lo que para ellos es una vitrina del para mí.

El cuerpo de los otros aparece como un objeto más que adquirir, por derecho propio, como ya he dicho.

Las mujeres no escapan de esa mala crianza y muchas veces son víctimas del guapérrimo que adquirieron en salvaje competencia con sus vecinas porque era mío, mío y punto, o bien se dedican a consumir hombres según las modas de zapatos. Pero los hombres, cuán generalizado tienen al mundo como propio. Quiero ese teléfono celular ya, ya y ya. Quiero esa mujer y la tomo como quiero a ese carrito rojo. La quiero, la quiero y la tomo. La agarro desprevenida, aprovecho su miedo, le desacomodo la ropa, la toqueteo, la besuqueo, le digo un par de cosas, la uso, me sacio, la dejo.

Es mía, es mía, es mía, me doy un gustito con ella porque es una extensión de mi ego que puso la sociedad para mi beneficio. ¿Cuántas veces no hemos visto esos sucesos, sin escandalizarnos, como parte del reino de lo humano? Pero es hora de cambiar.

Educación. Es hora de educar a los niños dentro de los límites de sus egos y de recordarles, constantemente, que el querer no es una agencia de crédito ilimitada, sino una subsidiaria de los derechos humanos y los valores morales. No se trata de ser puritanos, ni de amenazar con un dios pedernal el control de lo que se cree es parte de la naturaleza abusiva del reino primario de lo vivo, donde solo ganan los fuertes.

Se trata de parar el narcisismo y el infantilismo que da pie al abuso. Se trata de terminar con las secuelas de la esclavitud que gravitan en el inconsciente colectivo dentro de la sociedades más democráticas.

Nadie es dueño de nadie, ni el Puma. Más aún, si se pregona el amor, la paz, la conciliación y el respeto de la boca para fuera.

Hay bocas que huelen mal si nos acercamos. Una oscura y pegajosa cavidad nos avisa que algo anda mal allí dentro. No hace falta un estetoscopio para saber que se trata de una caso más de triple vida: la personal, la pregonada y la verdadera. Porque aunque sea una palabra desgastada, la verdad es aún la más vieja receta para sentirnos liberados y congruentes. Para unir nuestras fragmentos.

Es tiempo de volver a la fórmula de “ser es parecer”, en vez de seguir mercadeando el “parecer es ser”.

doreliabarahona@gmail.com

La autora es filósofa y escritora.