Si pudiéramos medir la productividad laboral en el país, con instrumentos finos y no muy generales, como los que tenemos a disposición, me encantaría saber si con la salida de las lluvias, las tardes despejadas y frías y los atardeceres de oro y palo rosa, perdemos el ritmo de trabajo; y si lo hacemos, en cuánto. Siempre me ha parecido que el fin del invierno manda una poderosa señal al inconsciente social tico de que llegó la hora de aflojar y, entonces, el colectivo afloja. Esta pérdida de intensidad, aderezada con el aguinaldo y el “espíritu navideño” (así, entre comillas), nos lleva a despapayarnos.
Me gustaría también saber si, en el caso concreto de este año, la combinación de estos factores junto con un Mundial de Fútbol masculino celebrado a deshoras, está provocando un efecto mayor a lo usual. Sin embargo, pese a estas elucubraciones, no sé si la percepción de aflojamiento es cierta o no, o si ese afloje es segmentado, propio de las personas que pueden darse ese lujo. Bien pudiera ser que el súbito remanso sea cosa de las clases medias y altas urbanas, pues el común del pueblo debe seguir pulseándola igual (si no, no hay plata para comer); además, los agricultores no tienen manera de frenar, ya que las papas y las cebollas no entienden de fiestas, y es la época de las cogidas de café.
Todas las sociedades humanas tienen ritmos sociales, pues sus tiempos no son lineales sino cíclicos. Hasta hace pocos siglos, las cosechas marcaban los ritmos de la vida económica y política. Incluso, definían los de la guerra. Hasta los países anglosajones, embebidos en la mítica ética protestante del trabajo, también tienen parones. Vaya usted a agarrar a un gringo en julio o a un europeo en agosto: no contestan ni el WhatsApp; andan de vacaciones.
Somos de los países de la OCDE que más horas le meten al trabajo, pero nuestro nivel de desarrollo es apenas medio. Si bien eso nos dice que no somos una panda de vagos latinos, sí señala que, en promedio, no somos muy productivos con nuestro trabajo; que en muchos sectores de la economía nos falta organización y gerencia, buena preparación de la mano de obra y, por supuesto, nivel tecnológico. Si fuéramos productivos, con lo que le dedicamos al brete, estaríamos volando y quizá teniendo más tiempo libre para el ocio (productivo o no), y no solo a final de año. En fin, musitaciones decembrinas.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.