Es necesario reivindicar el derecho humano a dudar y a hacerse preguntas sobre lo que se suele dar por sentado; incluso de hacerse las preguntas más disparatadas. Sin embargo, del mismo modo, es necesario exigir que se cumpla con el deber de buscar las respuestas con rigor y responsabilidad.
En el malestar existencial contemporáneo, está ese fondo de cansancio producido por las promesas incumplidas de las personas tradicionalmente autorizadas a decir las verdades de la política y de la economía, debido a que sus respuestas —o, en realidad sus “promesas”—, ante las preguntas más apremiantes de la subsistencia, han decepcionado a mucha gente, a veces, generación tras generación.
Si por ejemplo las tradicionales corrientes de la política ofrecen una y otra vez la utopía de la justicia social y no la cumplen, las personas usarán el más básico razonamiento para concluir que esto es así porque a esas personas les conviene engañar para mantener el statu quo, porque este les beneficia, porque son corruptas o porque son incompetentes.
Hay, además, abundancia de ejemplos legítimos para validar esta clase de conclusiones, aunque también abundan los ejemplos de tesón, probidad y capacidad.
Añadamos a esto los cambios formidables que producen, en la existencia material, la revolución tecnológica y la dinámica del comercio: de pronto, la educación formal parece tornarse irrelevante y, en algunos casos, puede ser sustituida por las más rápidas y accesibles certificaciones en línea.
Problema de la educación
Hoy la tecnología permite a una persona que concluyó la secundaria ganar un excelente salario en un puesto de trabajo con todas las garantías sociales, seguir capacitándose en línea, ascender en una compañía transnacional y mejorar constantemente su ingreso, sin tener que pasar por la academia ni por la experiencia de ser mano de obra barata en alguna empresa de comida rápida, entre otros.
La tecnología también permite que jóvenes que ni siquiera concluyeron la secundaria puedan ganar dinero si, explotando distintos atributos, logran tener un alto número de seguidores como para que se les pague por ser influencers, es decir, por promover en sus redes sociales las ventas de bienes y servicios sin tener ningún conocimiento especializado en ello.
Sumen a lo anterior los software de diseño, internet y las redes sociales, que facilitan la creación y la difusión masiva de fake news y otras falsificaciones como si fueran “verdades” alternativas a la ciencia autorizada.
Las mentes decepcionadas, desinformadas e impresionables son, precisamente, las preferidas por los gobernantes autoritarios.
Mientras la educación formal e integral hoy parece ser denigrada por quienes están a cargo de la educación pública del país, la falta de una formación sólida, con conocimientos probados, multiplica las mentes impresionables, es decir, las hace proclives al reino de la posverdad.
Rechazo al sentimiento autoritario
Un dato estremecedor, en un país como el nuestro, que siempre ha respetado el ascenso educativo porque contribuye al progreso social, es que, al 2020, menos del 60% de las personas con edades entre los 18 y 22 años había concluido la secundaria. La cifra bajaba a menos del 50% para estudiantes con peores condiciones para educarse (Estado de la educación 2021).
En 1789 —año de revoluciones—, en su obra sobre la “naturaleza primitiva” del ser humano, el escritor Èttiene Privert notó que el aburrimiento nace de sentimientos paradójicos: “Porque tenemos demasiados deseos o porque lo queremos todo; donde nada parece bueno porque buscamos lo absolutamente bueno; donde la imaginación ha prometido demasiado”.
Sin embargo, añadamos que de ese mismo desfase entre promesas y realizaciones también es posible el nacimiento del enojo y el sentimiento autoritario.
Pero mientras es bueno “quererlo todo” y buscar “lo absolutamente bueno”, así como enojarse por el engaño, el egoísmo y la incompetencia, es necesario rechazar la tentación del sentimiento autoritario.
Quererlo todo y buscar lo absolutamente bueno, teniendo conciencia de que se trata solo de un ideal de perfección, estimula a buscar, sin dejar de pisar tierra, los modos de realizar esa aspiración.
Sin embargo, caer en la tentación del autoritarismo, sea en la dimensión personal o grupal, nos llevará a querer imponer el propio deseo y el propio criterio a la realidad y a los demás.
Responsabilidad en la cúspide
Hoy se propagan, efectivamente, las respuestas más disparatadas: que la Tierra es plana en vez de redonda, que la pandemia de covid-19 es un invento con fines políticos, que las vacunas contra esa enfermedad implantan, en realidad, un chip creado por el gobierno mundial invisible y otras elucubraciones conocidas.
Pero lo peor que puede ocurrirle a un país es que las teorías conspirativas y las especulaciones populistas más irresponsables sean propagadas también desde los niveles políticos más altos, sin el menor esfuerzo por fundamentarlas.
Como dije, debemos defender el derecho que cada persona tiene de hacerse incluso las preguntas más disparatadas, pero debemos reivindicar, con mayor exigencia aún, el deber que tiene cada persona de buscar las respuestas con responsabilidad y rigor, así como de dar por verdaderas solo aquellas que se encuentran sustentadas en hechos, datos y argumentos sólidos, no en meras especulaciones.
Comencemos por exigir que las más altas autoridades del país cumplan con su deber de fundamentar con rigor sus afirmaciones, en vez de dejarse guiar según sus propios deseos de verdad, justicia o revancha.
Si queremos formar una población inteligente y con destrezas adecuadas para desempeñarse en la vida, lo peor que puede ocurrir es que al más alto nivel se promuevan, impunemente, razonamientos malogrados.
Doctora en Estudios Sociales y Culturales, es profesora e investigadora de la UCR. Twitter @MafloEs
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Si queremos formar una población inteligente y con destrezas adecuadas para desempeñarse en la vida, lo peor que puede ocurrir es que al más alto nivel se promuevan, impunemente, razonamientos malogrados. (Shutterstock)