Publicar o no, de qué manera y con qué jerarquía. En estos puntos descansa la esencia de la actividad periodística. Nuestra mayor angustia cotidiana es definir los criterios para reconstruir ante el público la realidad de cada día. ¿Cómo valorar la trascendencia de un hecho? ¿Cómo desplegar una noticia? ¿Qué importancia relativa otorgarle en su relación con otras y con la totalidad del periódico?
Se trata de preguntas esenciales que deben resolverse con celeridad, a sabiendas de que toda decisión tendrá gran impacto social e incluso individual.
La noche del pasado martes, esa angustia diaria fue mayor: ¿cómo tratar la noticia de un secuestro que, por sus características --extorsión, negociación al margen de la policía y rapidez en su desenlace-- marcaba un preocupante cambio cualitativo en la actividad delictiva del país?
Todos esos elementos justificaban un amplio despliegue. No podíamos cerrar nuestros ojos --y los de los lectores-- a una realidad dolorosa, pero ineludible y que requiere el despertar de ciudadanos y autoridades. Sin embargo, vista sin la presión del cierre de edición, la decisión final, que se reflejó en la primera página del miércoles, fue desmesurada en la dimensión que otorgó al hecho en el contexto informativo del día y de los valores noticiosos que orientan nuestras tareas.
Lo peor habría sido reducir artificialmente la importancia del caso: una sociedad requiere conocer sus peligros, por muy graves que sean, para buscar respuestas ante ellos. Lo mejor, darle una presentación siempre vigorosa, pero dentro de cauces más equilibrados. Esto último fue lo que se nos escapó, y es lo que debe rescatarse como parte de una constante reflexión sobre el periodismo.