¿Qué debe hacer el Partido Liberación Nacional (PLN) de cara a las elecciones de abril? El discurso políticamente correcto, el que le gusta oír a mucha gente, consiste en proponer que nos unamos unos y otros, aunque sea al tarantantán.
Así, se acallarían las conciencias de quienes se equivocaron al votar y fingiríamos que la tragedia tuvo un final feliz. Nos veríamos como unos grandes compadres dispuestos a salvar al país del incendio que tenemos enfrente. Sin embargo, el asunto no es así de simple. Al contrario. Nada, absolutamente nada, podrá ocultar que la situación actual es dramática para los liberacionistas y para mucha gente de otros partidos.
El PLN no debe ser negociado, ni prestado ni vendido ni regalado, como si fuera un bien de consumo. Un partido político no puede hacerse responsable de ningún gobierno distinto de los suyos. Cuando se apoya a otra agrupación política, se pierde la autoridad y deviene en responsable por actos ajenos.
En el caso de Liberación Nacional, se le endilgarían todas las debilidades de la gestión de un gobierno que no es suyo, aun sin ser responsable. A la postre, corremos el riesgo de terminar en un divorcio o en una fusión en la que nos diluiríamos.
En Costa Rica, la Constitución Política no da la posibilidad de llegar a acuerdos institucionales para constituir un gobierno pluripartidista, pues no tenemos un sistema parlamentario, como muchos querríamos. En estas condiciones, ningún acuerdo tendrá firmeza ni contará con garantía de cumplimiento.
Donde existe un sistema parlamentario, como es sabido, el incumplimiento de los compromisos acarrea la caída del gobierno. Aquí, las consecuencias institucionales de hacerlo, no llegarían muy lejos.
Dudas. La posibilidad de una coalición de partidos apoyada tan solo en la buena fe, suscita otras dudas. Cabe preguntarse, por ejemplo, qué se negociaría. ¿Nombramientos? ¿Por cuánto tiempo? ¿Quizá algunos puntos programáticos? En este caso, ¿cuál sería la garantía de cumplimiento de los proyectos concertados?
Apoyar a un candidato a cambio de unos puestos en el futuro gobierno, por importantes que sean, en nada beneficiaría al país. Sonaría a reparto, a componenda, y los escogidos serían cuerpos extraños sin el equipo humano capaz de brindarles seguridad y asesoría.
En todo caso, me pregunto a quién respaldaríamos. Para comenzar, no es aconsejable apoyar a una agrupación política que carece de cuadros preparados. La comprensión entre unos y otros se haría difícil y se llenaría de incomprensión y malos entendidos. ¿Podríamos seriamente apoyar, como partido, a un grupo que está propuesto a renunciar al Pacto de San José sobre derechos humanos? ¿Haríamos bien en hacernos responsables de la victoria de un partido religioso que irá sin rumbo, más allá del tema que constituye su preocupación central?
Pero no es todo. Ciertamente, podríamos considerar, también, una alianza con el otro partido presente en la contienda electoral. De inmediato surgen otras cuestiones graves. ¿Podría el PLN, como partido, apoyar a quienes le dan la espalda a aspectos críticos para el desarrollo nacional por razones ideológicas? ¿Se uniría, sin más, a quienes rechazan la concesión de obra pública, la necesaria transformación del sistema energético y la lucha contra los tratados internacionales de carácter comercial? ¿Cohonestaría, de manera tácita, la corrupción que ha penetrado de manera violenta en el gobierno de ese partido? ¿Premiaría sus errores en materia hacendaria y la tremenda disminución de puestos de trabajo generada durante el periodo en que ha ejercido el poder? No veo cómo lo haría sin salir lesionado.
No hay garantías. Si la alianza se hiciera para apoyar algunas ideas más o menos generales, o incluso algunos proyectos determinados a priori, ni siquiera el próximo presidente podría garantizar el cumplimiento de ese pacto.
El PLN debe apartarse de la idea de negociar un pacto preelectoral que desdibujaría su identidad. Nos confundiríamos con lo que no somos, nos reduciríamos a lo contrario de lo que nos da sentido.
Hay principios ideológicos que deben animar la vida política, según la entendemos, y que no deben ponerse en riesgo, sino fortalecerse. De esta manera, se dañaría al país, pues se debilitaría la función imprescindible que los electores le han encomendado al PLN y que le toca asumir en este momento: constituirse en oposición, precisamente por contar con la bancada parlamentaria más grande.
Sin oposición no hay democracia. Lo mejor de las realizaciones en materia legislativa y de gobierno surgen de la confrontación civilizada entre posiciones divergentes.
Esto hay que reiterarlo porque el costarricense, por falta de educación cívica, no comprende a veces la importancia de los enfrentamientos propios de la política.
El ejercicio del poder sin contrapesos, sin discrepancias, se convierte en dictadura y sumisión. Esto no elimina la obligación de ceder para construir, cuando sea necesario lograr los más importantes objetivos planteados para bien de la sociedad. Sin embargo, le temo más a la unanimidad constante que a la lucha reiterada entre concepciones distintas.
Establecer agenda. En la Asamblea legislativa, Liberación Nacional debería promover sus proyectos y analizar los ajenos, buscar acuerdos, no solo con el partido gobernante, sino con otras fuerzas políticas, que permitan levantar a Costa Rica y conjurar los enormes problemas que encaramos y otros, más graves aún, que nos tocará encarar muy pronto.
Lo que corresponde, más bien, es ayudarle al país haciendo efectivos los controles propios de la oposición, con una actitud crítica y muy racional. Nos toca adoptar posiciones constructivas, auténticamente constructivas, pero en torno a proyectos concretos.
Esto permitiría medir la capacidad de trabajar en conjunto de algunos de los grupos parlamentarios. Una primera señal de buena fe, de ellos y de nosotros, sería aprobar una reforma significativa del Reglamento de la Asamblea.
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Lo anterior se refiere a perspectiva institucional. Esto no soluciona el asunto de cada uno de los ciudadanos que no votamos por los partidos ganadores. Alguien cercano a mí, se declaraba aquejado de bipolaridad política: por la noche se inclinaba por un candidato y, al día siguiente, por el otro. Esto revela muy bien la incertidumbre en que estamos.
En todo caso, cada uno de nosotros deberá enfrentar la decisión electoral íntimamente, sin esperar consignas y, mucho menos, órdenes —no hay motivo para suponer que nos serán dadas—.
El problema que surgirá ante la urna es de conciencia y los problemas de conciencia son graves, dolorosos y, como si fuera poco, ineludibles.
El autor es expresidente del PLN.