Este año, la inflación en Venezuela alcanzará la fantástica cifra de 1.000.000 %, dice el Fondo Monetario Internacional (FMI). El organismo financiero no es conocido por su sentido del humor, así que no es broma. Y eso que la gasolina no contribuye a elevar el costo de vida, porque un dólar compra tres millones de litros.
Las distorsiones nacen en el Palacio de Miraflores, incubadas en la mente de un gobernante inepto, asesorado por una camarilla de cleptócratas. Comparten una confusión conceptual disfrazada de ideología, capaz de hundir hasta profundidades insospechadas la economía del país con más reservas de petróleo probadas en el planeta.
La riqueza de Venezuela apenas comienza en el subsuelo, donde el petróleo le deja espacio a la bauxita, el oro y las piedras preciosas, para mencionar parte del inventario. En la superficie hay grandes extensiones de tierras agrícolas y ganaderas cuyos bordes forman una larga costa caribeña.
Pero no hay riqueza capaz de sobreponerse a la estupidez. Pese a los resultados visibles, el partido de gobierno debate si se le ha ido la mano en el dirigismo de la economía. Mientras tanto, el portentoso intelecto de Diosdado Cabello reafirma el compromiso con el “socialismo del comandante Hugo Chávez” y promete: “De ahí no nos saca nadie”.
Quizá sea cierto porque el barranco por donde se despeñó Venezuela es insondable. La economía, ya sumida en profunda crisis, logrará avanzar hacia las profundidades a un ritmo del 18 % este año, según las últimas proyecciones de la economía latinoamericana publicadas por el FMI.
Es como si la escasez de alimentos y medicinas, el deterioro de la infraestructura y el racionamiento de servicios básicos confirmaran el buen rumbo del país a ojos de Cabello, Maduro y sus cortesanos. El debate en el Partido Socialista Unido de Venezuela es casi tan asombroso como la inflación del 1.000.000 %.
La tardía sugerencia de un sistema económico mixto, con pleno reconocimiento de la empresa privada, se interpreta como una crítica a la conducción económica de Maduro y a su política intervencionista, tan desastrosa para el país y tan rentable para la camarilla gobernante.
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Es demasiado tarde para cambiar el rumbo al ridículo “socialismo del siglo XXI”. La discusión interna del chavismo si acaso sirve para acreditar que un sector del partido ya admite el fracaso del mal llamado modelo. La única esperanza para Venezuela es un cambio de gobierno.
Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.