Por vagar fuera del país, me perdí el provocativo foro de la Academia de Centroamérica sobre las políticas del Banco Central, pero leí con avidez las crónicas. Una me pareció alarmista; la otra, bien balanceada. Esta es mi visión ex post .
La alarmista señaló “severas críticas a la política cambiaria”, pero al examinarlas vi que no eran tan persuasivas. Auspiciar mayor volatilidad es sano para el actuar del mercado ( meneadito ) pues los agentes económicos interiorizarían el nuevo régimen y los deudores sabrían que todo puede cambiar, pero no creo que mayor volatilidad altere el equilibrio ni cambie la estacionalidad.
Al comparar las reservas en los últimos ocho meses, veo que casi no han variado. El 2 de enero eran $7.239 millones; el 20 de agosto, $7.256 millones (excluyendo $1.000 millones de eurobonos). Si hubiera abuso en la intervención, habría ganado o perdido reservas.
Tampoco vi a nadie desvirtuar el nivel del tipo de cambio real de equilibrio. Más bien, coincidieron en que el mercado ha sido superavitario y eso explica la apreciación de colón. Claro, algunos quisieran imponer un criterio político, no técnico, y abogar por devaluar. No lo comparto. El único tipo sostenible, el más neutral, es el de equilibrio. Tratar de atizarlo con pujas complacientes minaría la credibilidad.
La crónica balanceada se centró en la estabilidad. ¿Hay tranquilidad con la política cambiaria? Afuera, la gente asiente; en el foro no. Pero al menos uno de los asistentes, William Calvo –excabeza del Consejo Monetario– lo describió muy bien: la gente sabe que el Central tiene suficientes reservas y está dispuesto a intervenir, si lo amerita. Eso aleja cualquier dejo de desasosiego cambiario o, mejor aún, deseos de especular. ¡Bravo, William!
Todos los bancos centrales son, por naturaleza, proclives a bastantear. Por ahora, lo veo centrado en ciertas cosas de fondo: mantener el tipo de cambio real de equilibrio (aspecto técnico actualmente bien manejado), el impacto de la intervención bajo la óptica de las reservas (no perder ni ganar a largo plazo) y anclar las expectativas.
Mi principal conclusión ex post es que nadie cuestionó el nuevo régimen cambiario. Me alegra. La flotación administrada como mecanismo institucional para dejar que el tipo de cambio se determine por la libre oferta y demanda resistió muy bien las criticas. El BCCR no fija –ni debe fijar– las cotizaciones, aunque morigere la volatilidad cotidiana. Y aunque siempre quisiera ver una flotación más libre, me complace decir que ya con esta tengo bastante.
(*) Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho económico en la Universidad de Costa Rica.