La honestidad parece haberse convertido en un bien bastante raro y escaso, casi de dimensiones exóticas, a juzgar por los sonados escándalos de corrupción que han conmocionado este año al país.
No termina uno de medio entender el entramado de uno cuando otro más complejo, escabroso y perturbador estalla frente a la opinión pública con un potencia desgarradora.
Finca Darwin, Turesky, Cochinilla, Azteca y Operación Diamante reflejan cuánto hemos caído como sociedad ante el traicionero aroma de la ambición.
Aunque los nombres, los lugares y las circunstancias son distintos, todos estos hechos parecen tener como factor común la sed de dinero, poder e influencia.
Al ritmo de una danza de millones en fondos públicos y de recursos mal habidos, la corrupción está alcanzando proporciones degeneradas en todos los estratos sociales.
Tanto peca quien recibe una botella de licor o una bicicleta estacionaria a cambio de un servicio ilegal como quien ofrece dádivas para comprar conciencias y jugosos contratos del Estado.
¿Cómo llegamos a estos extremos? ¿En qué momento se perdió el respeto por la ley y el bien ajeno? ¿Cuándo cruzamos la línea de la decencia? Tal vez fue hace mucho, pero hasta ahora nos enteramos.
Lo único positivo de este oscuro pasaje es comprobar que tenemos un sistema judicial que no se arruga en situaciones tan complejas y con protagonistas tan pintados.
El Ministerio Público y el OIJ merecen reconocimiento por la forma meticulosa y valiente como han desarticulado enormes estructuras criminales.
Sin embargo, las autoridades luchan contra organizaciones cada vez más sofisticadas y dotadas de mejores recursos; por ello, es necesario echarles una mano.
El miércoles el presidente Carlos Alvarado anunció que el gobierno presentará al Congreso seis proyectos para mejorar la detección de la corrupción.
Sin duda, el combate debe ocupar un puesto relevante en la agenda de los tomadores de decisiones. De hecho, a la luz de los recientes acontecimientos, no parece un asunto que los candidatos y los diputados puedan rehuir sin levantar más suspicacias.
Llegó la hora de acabar con aquello de que en Costa Rica no hay escándalo que dure más de tres días. Pronto sabremos quiénes están dispuestos a poner el dedo en la llaga y quiénes sirven a otros intereses.