BERLÍN – La crisis financiera y económica global que comenzó en el 2008 fue la mayor prueba de estrés económico desde la Gran Depresión, y el mayor reto a los sistemas sociales y políticos desde la Segunda Guerra Mundial. No solo puso en riesgo a los mercados financieros y a las monedas, sino que también expuso serias deficiencias regulatorias y de gobernanza que todavía no se han abordado del todo.
En verdad, la crisis del 2008 muy probablemente sea recordada como un momento decisivo, pero no porque dio lugar a reformas que fortalecieron la resiliencia económica y eliminaron vulnerabilidades. Por el contrario, la incapacidad por parte de los líderes de discernir las lecciones de la Gran Recesión, y mucho menos tomar medidas en consecuencia, puede abrir el camino para una serie de nuevas crisis, no solo económicas, en las próximas décadas.
No importa cuan serias resulten esas crisis, los historiadores dentro de un siglo probablemente se sientan exasperados por nuestra miopía. Notarán que los analistas y los reguladores estaban excesivamente concentrados en reparar el sistema financiero fortaleciendo los regímenes de supervisión nacionales. Si bien este era un objetivo valedero, señalarán los historiadores, estaba lejos de ser el único imperativo.
Para preparar al mundo para enfrentar los desafíos planteados por la globalización y el desarrollo tecnológico de una manera tal que respalde el crecimiento sostenible y equitativo, las instituciones de gobernanza y las regulaciones tanto a nivel nacional como internacional se deben mejorar drásticamente. Sin embargo, estamos lejos de haber invertido lo suficiente en este esfuerzo. Más allá de organismos regionales como la Unión Europea (UE), la gobernanza financiera internacional se ha mantenido esencialmente intacta.
Peor aún, como las reparaciones parciales del sistema financiero permitirán una mayor globalización, terminarán empeorando las cosas, en la medida que la presión sobre la gobernanza y los marcos regulatorios ya inadecuados aumenta, no solo en las finanzas, sino también en otros terrenos económicos y tecnológicos. Mientras tanto, es probable que las enormes inversiones financieras centradas en garantizar una tasa mayor de retorno estimulen la innovación tecnológica, estresando aún más los sistemas regulatorios en las finanzas y otras áreas.
Los avances tecnológicos importantes fomentados por dinero barato pueden hacer que los mercados cambien tan rápidamente que el cambio institucional y de políticas no pueda llevar el ritmo. Y pueden surgir nuevos mercados que ofrezcan enormes beneficios para los pioneros y los primeros inversores, que resultan beneficiados por mantenerse varios pasos por delante de los reguladores nacionales e internacionales.
Esto es lo que pasó en el período previo a la crisis del 2008. Nuevos instrumentos financieros habilitados por la tecnología crearon oportunidades para que algunos ganaran grandes cantidades de dinero. Pero los reguladores no pudieron mantener el rito de las innovaciones, que terminaron generando riesgos que afectaron a toda la economía.
Esto apunta a una diferencia fundamental entre las crisis globales del siglo XXI y, digamos, la Gran Depresión de los años 1930 o, por cierto, cualquier crisis de bolsa pasada. Debido al crecimiento del sector financiero, son más los actores que se benefician de la subregulación y de una gobernanza débil en el corto plazo, lo que hace que las crisis de hoy sean más difíciles de prevenir.
Para complicar aún más las cosas, los sistemas afectados por las crisis de hoy se extienden mucho más allá de la jurisdicción de un organismo regulatorio. Esto hace que las crisis sean mucho más ingobernables, y sus consecuencias –incluso su influencia a largo plazo en las sociedades y la política–, más difíciles de predecir.
Las próximas crisis –mucho más probables gracias al nacionalismo en alza y a un creciente desprecio por la ciencia y la política basada en hechos– pueden ser financieras, pero también pueden involucrar terrenos tan variados como la migración, el comercio, el ciberespacio, la contaminación y el cambio climático. En todas estas áreas, las instituciones de gobernanza nacionales e internacionales son débiles o incompletas, y hay pocos actores independientes, como grupos de vigilancia, que exijan transparencia y responsabilidad.
Esto torna más difícil no solo prevenir las crisis –sobre todo porque crea oportunidades para que los actores engañen al sistema y eludan su responsabilidad–, sino también responder a ellas. La crisis del 2008 mostró con toda crudeza lo malos que somos a la hora de responder rápidamente a los desastres, especialmente aquellos fomentados por una gobernanza fragmentada.
Sin duda, como muestra el Informe de Gobernanza 2018 de la Escuela Hertie, se han producido algunas mejoras en cuanto a prepararse para las crisis y gestionarlas. Pero debemos volvernos más atentos a cómo determinados acontecimientos en un amplio rango de terrenos –desde las finanzas hasta las tecnologías digitales y el cambio climático– pueden eludir las capacidades de gobernanza de las instituciones nacionales e internacionales. Deberíamos imaginar escenarios de crisis y preparar planes de emergencia para cualquier trastorno en todos estos campos, así como tomar medidas más fuertes para mitigar los riesgos, inclusive gestionando los niveles de deuda, que hoy siguen siendo mucho más altos en las economías avanzadas de lo que eran antes de la crisis del 2008.
Es más, deberíamos garantizar que a las instituciones internacionales se les ofrezcan los recursos y las responsabilidades necesarios. Y, al castigar a quienes exacerban los riesgos en aras de sus propios intereses, fortaleceríamos la legitimidad de la gobernanza global y de las instituciones supuestamente encargadas de ella.
Tal como están las cosas, una coordinación transfronteriza y un cumplimiento de los acuerdos internacionales que no sean adecuados es un impedimento importante para la prevención y gestión de las crisis. Sin embargo, lejos de hacer frente a su debilidad, el mundo revive un modelo caduco de soberanía nacional que hace más probables las crisis de diversos tipos. A menos que cambiemos el curso pronto, el mundo del 2118 tendrá muchos motivos para mirarnos con desdén.
Helmut K. Anheier es profesor de Sociología en la Escuela de Gobernanza Hertie en Berlín. © Project Syndicate 1995–2018