Pienso que el ser humano es siempre una caja de sorpresas más honda que la de Pandora, por lo cual es prudente tener sentido del humor a la hora de analizarlo.
Nunca olvidaré la primera vez que escuché a una maestra hablarnos del juramento hipocrático que debían hacer las personas graduadas de médicas.
Ese recuerdo se grabó en mi mente por dos motivos: uno, a partir de ese momento, quienes ejercían la medicina se tornaron para mí en una especie de “santas”, que anteponían el interés ajeno a su propio bienestar y, dos, me pareció irónico que la nueva y venerable palabra, hipocrático, sonara de forma parecida a otra muy conocida, pero impía: hipócrita.
Confieso que mi admiración por quienes tomaron la decisión de, presuntamente, estar disponibles de día y de noche para salvar vidas logró resistir a sátiras como El enfermo imaginario o El médico a palos, de Molière, recomendadas por mi padre.
Solo años después, ya “grande” —para regalarles un eufemismo— y siendo más docta, comprendí que ambas palabras podían ser casi metonímicas, es decir, que sus significados, muy diferentes, podían a veces entremezclarse hasta la confusión.
Enganche médico
Igual que mucha gente, fui tratada mal o muy deficientemente por personal de la salud de distinto grado jerárquico en diversas ocasiones. No me refiero a tratamientos fallidos, sino a que recibí un trato despectivo, e incluso irresponsable de quienes habían hecho el juramento hipocrático.
La “santidad” de la profesión médica se fue mellando para mí poco a poco. Pero el primer oscurecimiento relevante de su todavía brillante aureola ocurrió cuando en 1982 el gremio se movió para concretar el “enganche médico”, que ligó los aumentos salariales de esos profesionales con los incrementos salariales de los trabajadores del Gobierno Central, lo cual aumentó exponencialmente el gasto público.
Mi bajada a tierra definitiva sucedió cuando conocí una historia más detallada de la creación del sistema de seguros sociales, del historiador Michael Rosenberg (Las luchas por el seguro social en Costa Rica).
El autor muestra cómo la creación de la Caja Costarricense de Seguro Social se debió a la iniciativa de jóvenes médicos que, como Rafael Ángel Calderón Guardia —encima, un “ángel”— estudiaron en Europa y quisieron replicar aquí modelos pioneros de lo que más adelante serían los estados de bienestar.
¡Oh, sorpresa! Todavía escucho mi ingenuidad resquebrajándose, pues, lejos del altruismo que comenzaba a llenar de violines mis oídos, Rosenberg documenta que el gremio médico como tal, inicialmente, saboteó mediante huelgas la idea de crear la Caja, por considerar que implicaría una competencia para su práctica privada. Fue el fin de los resabios de mi ingenuidad (hipocrática o hipócrita, ya no sé).
Renta global dual
Años después, distintos medios revelaron las cifras de los ingentes ingresos que recibían, debido a anualidades y otros pluses, quienes ejercían la medicina en los hospitales de la Caja, y —lejos de sus temores de los años 30 y 40 del siglo XX— también realizaban sus prácticas privadas.
Ya no me asombró de ningún modo cuando, la semana pasada, supimos que el gremio médico se opone al proyecto de renta global dual, el cual permitiría al Ministerio de Hacienda tener un mejor control sobre el pago del impuesto sobre la renta que profesionales de la salud tendrían que hacer por sus ingresos obtenidos en el sector público y en sus consultorios privados.
“¿Ustedes lo que nos están queriendo decir es que es perjudicial para el gremio médico un proyecto que busca que el que gane más pague más?”, tuvo que decir, todavía crédula, el martes, durante la discusión del proyecto, la diputada Yorleni León.
La propuesta de renta dual afecta del mismo modo a todas las profesiones liberales y a todas las personas, y es un asunto de mera justicia distributiva que el Estado reciba más ingresos para apoyar a las personas más vulnerables, pero, una vez más, mis antiguos “santos” escolares —el gremio médico— se movilizaron para negarlo.
Que me perdonen quienes se dedican a atender la salud por darles a palos, a lo Moilière: me consta que no todos consideran el juramento hipocrático un mero trámite y también sé que el deseo de obtener siempre mejores ingresos para vivir con mayor bienestar es propio del ser humano, y que ese afán no solo guía a los gremios, sino que explica su existencia.
Ley de empleo público
Con todo lo que sabemos ahora, ¿tenían que ser precisamente ustedes lo que izaran otra vez esa bandera? Según diversos análisis especializados, desde hace varios años, el aumento de la desigualdad se debe, en buena parte, a que los mecanismos salariales del sector público —como el pago de anualidades, pluses y otros—, que busca reformar la ley de empleo público, dispararon los ingresos de ese 17,3% de personas que trabajan en el Estado, frente al 82,7% de quienes la pulsean en el sector privado formal e informal.
Ser parte del funcionariado, sin importar si se trata del sector sanitario u otro, es —o debería ser— la más delicada y altruista de las responsabilidades, pues el dinero de las personas, inclusive de las más vulnerables —mediante el pago de impuestos indirectos como el IVA—, es el que financia esos puestos de trabajo.
¿Es usted un orgulloso soldado del estado social? Pues pague su cuota para financiarlo. Se dice que la versión original del juramento hipocrático comenzaba: “Juro por Apolo médico, por Asclepio, Higía y Panacea, por todos los dioses y todas las diosas, tomándolos como testigos, cumplir fielmente…”. Con el tiempo, los dioses y las diosas desaparecieron, y el compromiso únicamente se establece como una promesa gremial.
Eso está mucho mejor o, en todo caso, parece que es menos hipócrita. ¡Cajita blanca para el pobre Hipócrates!
Doctora en Estudios Sociales y Culturales, profesora e investigadora de la UCR. Siga a María en Twitter @MafloEs