Hace 70 años, justo en este mes, Costa Rica estaba en guerra civil por un fraude electoral. El conflicto se prolongó por 43 días, del 12 de marzo al 24 de abril de 1948. Se habla de 2.000 muertos, aunque pudieron ser más.
Todo comenzó porque la Asamblea Legislativa, en una votación de 27 contra 19, anuló las elecciones en que el endeble tribunal electoral de entonces declaró ganador a Otilio Ulate Blanco, por una diferencia de 10.000 votos.
Ese irrespeto a la voluntad popular generó lo que llamamos la Revolución del 48 y llevó a crear el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), que en siete décadas ha garantizado la pureza de todos los sufragios. Precisamente, esa es la valía del TSE: evitar que otra vez nos matemos unos a otros por una elección.
Sin embargo, en esta campaña, dos candidatos que no vale la pena nombrar hicieron lo posible por desacreditar la imparcialidad del TSE a punta de discurso y sin aportar ni una sola prueba. El país, maduro, supo ignorarlos.
La seguidilla la hacen ahora, en redes sociales, algunos inescrupulosos que propagan la palabra “fraude”, sin medir las consecuencias.
Hay que tenerlo claro: no hay comicios perfectos. Siempre, habrá alguien que cometa error. Siempre habrá alguien que intente alterar un resultado. Pero son casos aislados que, está comprobado, no han cambiado la intención de voto de la mayoría. Y, lo más satisfactorio, es que el TSE ha sabido aclarar esos pocos y mínimos incidentes.
Por eso, es momento de #nocomacuento, de ignorar lo que los malintencionados propagan en Facebook, Twitter o WhatsApp, redes donde estos enemigos de la voluntad popular se hacen oír para debilitar a una de las instituciones más fiables del país.
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Estos perversos se valen de que pocos costarricenses dominan el procedimiento electoral. Cada junta de votación tuvo un máximo de 650 electores, cifra fácil de contar por los fiscales de mesa y, en poco tiempo reportar, la noche del domingo, al TSE. Pocos conocen que esta semana el Tribunal revisa y contrasta esas cifras y detecta los errores.
Es momento de sensatez, de madurez y de informarse bien para no tolerar que las redes sociales nos quieran poner en otra guerra.
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Armando Mayorga es jefe de Redacción de La Nación.