En octubre del 2020, Costa Rica vivió uno de los episodios más oscuros de su historia moderna. Un grupo de revoltosos y oportunistas azuzó a la ciudadanía para bloquear las calles.
Surgido en plena pandemia, este nefasto movimiento nos dejó tristes escenas de matonismo, violencia, soberbia y de un profundo irrespeto por los derechos de los demás.
Recordemos a los policías apedreados en los retenes, las ambulancias atascadas, los empleados sin poder llegar al trabajo, las exportaciones paralizadas y los pocos turistas espantados.
Forrados cínicamente con la bandera del país, los líderes promovían el caos como herramienta para imponer sus sórdidos intereses y desestabilizar la democracia.
Su caballo de batalla fue la lucha contra la propuesta original planteada por el gobierno para negociar con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
No obstante, una vez que el Poder Ejecutivo retiró la iniciativa, se valieron de cualquier otra excusa para seguir haciendo llamamientos al desorden, el vandalismo y la revuelta.
Al final, luego de semanas de protestas sin sentido, lo único que quedó fue la sensación de que se perdió mucho dinero y valiosísimo tiempo para enfrentar la crisis.
Espero de todo corazón estar equivocado, pero tengo un mal presentimiento. Veo en el horizonte algunos signos que me hacen temer tiempos difíciles.
En momentos cuando el país urge de acciones rápidas y valientes para mejorar sus finanzas públicas y reactivar la economía, algunas voces comienzan a enturbiar el camino.
Ya se escuchan los llamados de algunos sindicatos y grupos empresariales a detener la toma de decisiones que afectan sus intereses.
Ya se ven las maniobras de diputados y precandidatos que, con la intención de ganarse la simpatía popular, tratan de retrasar las reformas que ellos saben necesarias.
Tal vez sea debido a esas señales que influyentes calificadoras de riesgo desconfían de que el país podrá concretar el ajuste acordado con el FMI.
Esto resulta muy preocupante, pues llegamos al punto que, seguir aplazando las dolorosas medidas inevitables, no solo es irresponsable, sino también cruel y antipatriótico.
Sencillamente, ya no podemos darnos el lujo de distraernos con más marchas, interminables diálogos y rabietas politiqueras. Es hora de actuar para espantar los malos presagios.
rmatute@nacion.com