Por tercer año consecutivo, una generación de niños y jóvenes sigue acumulando sensibles vacíos en el proceso de aprendizaje.
La huelga contra la reforma fiscal, las protestas estudiantiles y ahora la covid-19 han impedido a miles de estudiantes tener un curso lectivo completo desde el 2018.
Son, en su gran mayoría, alumnos de centros educativos públicos quienes han perdido valioso tiempo en su camino de preparación académica y vocacional.
Desde los pequeñines que comienzan a explorar el mundo de la lectoescritura hasta los colegiales que dan los últimos pasos hacia la universidad, todos han resultado damnificados.
No puede esperarse que un alumno desarrolle su potencial intelectual si no cuenta con el tiempo y el acompañamiento necesarios para asimilar el conocimiento.
Lamentablemente, en los últimos años, el Ministerio de Educación Pública (MEP) ha tenido que sacar del sombrero medidas de emergencia para rescatar algo del curso lectivo.
Los planes remediales, cargados de muy buenas intenciones, se han convertido en un recorrido superficial contra reloj por los contenidos previstos.
Bajo esas condiciones, resulta muy difícil esperar que los criterios de evaluación y de promoción tengan los mismos estándares de exigencia de los años “ordinarios".
Y, entonces, aparecen las curvas kilométricas en las calificaciones, la suspensión de pruebas nacionales y otras consideraciones para tratar de no afectar más a los alumnos.
Pero no, el daño ya está hecho. Los mismos docentes han dicho que el tiempo perdido es muy difícil recuperarlo. Los vacíos se arrastran.
Si por la víspera se saca el día, este año no va a ser muy diferente a los dos anteriores. La pandemia mantiene en cuarentena la enseñanza pública y ya cobró su primera víctima: las pruebas FARO no comenzarán en el 2020.
Cuando la emergencia sanitaria pase, el país deberá hacer un monumental esfuerzo para evitar que esta sea otra generación perdida.
En los años 80, unas 315.000 personas debieron abandonar las aulas por la crisis económica y nunca lograron regresar. Su baja escolaridad las condenó a trabajos de poca remuneración.
A la actual camada estudiantil le espera, a la vuelta de unos pocos calendarios, un mercado laboral cada vez más voraz, selectivo y desafiante.
No solo necesitamos que continúen sus estudios, sino también que aprovechen el tiempo para darles las herramientas necesarias para encarar el futuro.
rmatute@nacion.com
Ronald Matute es jefe de Información de La Nación.