La acertada decisión presidencial de respetar la autonomía del Banco Central, y la templanza de esa institución al defender técnicamente su nuevo régimen cambiario, nos hace pensar que se ganó una batalla. Pero no debemos bajar la guardia. Hay dos más por pelear: derrotar la inflación y abatir las tasas de interés.
Si en enero del 2009, cuando la inflación interanual era del 13,5%, me hubieran preguntado si se debía reducir la inflación a un 2% anual, probablemente lo habría pensado dos veces. Habría sido muy abrupto. Pero hoy no. Las circunstancias han mejorado. Estando en cero, para alcanzar el 2% más bien habría que subirla. Nunca ha existido una oportunidad tan propicia.
No estoy sugiriendo nada inasible. Solo un tracto más en el sendero correcto que ya el Banco Central ha señalado. De hecho, su programa macroeconómico acepta una inflación del 3% como límite inferior del rango meta, compatible con el crecimiento real esperado y una expansión crediticia que, quizás, no habría que ajustar, dada la brecha del producto aún sin cerrar. Estamos a solo un punto –un pinche puntillo– de lograr el 2% anual, meca de todo banco central.
No será fácil. Habrá que responder con argumentos técnico-políticos y combatir intereses creados. Los adversarios de la baja inflación probablemente serán los mismos opuestos a la liberalización cambiaria. Mantener incrementos del IPC cuatro o cinco veces mayores que los prevalecientes en el exterior, adereza los estados financieros nominales de las corporaciones e infla las remuneraciones gerenciales. Pero no beneficia a los de a pie.
El argumento técnico-político es el impacto en Hacienda y el PIB al subir las tasas de interés. Se asocia con el estrujamiento fiscal. Cuando el Gobierno sale a captar en el mercado local presiona las tasas al competir por los mismos recursos con otras entidades financieras y el propio Banco Central, que también necesita captar para controlar la expansión monetaria.
La disyuntiva plantea opciones con efectos económicos y políticos distintos. Una es relajar la política monetaria para financiar con inflación el déficit fiscal. Otra, hacerla cumplir cabalmente su función estabilizadora al dejar que las tasas de interés respondan a la escasez relativa de recursos. Quedaría claro, entonces, quién es el responsable.
¿Podríamos resolver las dos ecuaciones a la vez? Yes, we can, diría Obama. Si el Ejecutivo (gastos) y la Asamblea (impuestos) aunaran voluntades, habría baja inflación y razonables tasas de interés, sin sacrificar el crecimiento.
(*) Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho Económico en la Universidad de Costa Rica.