¿Qué es un bandersnatch? ¿Una especie de león con cuernos? ¿Una mezcla de jaguar, bulldog y oso? ¿Un extraño jabalí? ¿Un cruce de ave y roedor? ¿O una nueva carnada infotecnológica con potencial aún difuso?
Las referencias a este ser en la literatura, el cine, la ilustración y la música han sido múltiples y discrepantes desde hace siglo y medio. La razón es simple: su creador, Lewis Carroll, nunca lo describió. Pero sí advirtió que nos cuidáramos de él.
En el poema narrativo La caza del Snark (publicado en 1876), Carroll le atribuye algunos rasgos, pero en extremo indefinidos. Así lo refiere la excelente versión de la escritora cubanomexicana Ulalume González de León:
Pero mientras buscaba con dedal y cuidado// se acercó de improviso un veloz Bardersnatch // y capturó al Banquero, que aulló desesperado// sabiendo que era inútil una fuga intentar.// Le ofreció un gran descuento, un cheque le ofreció // (al portador) por más de siete libras. // El Bandersnatch, su cuello simplemente estiró // y sujetólo con más fibra (…) // Al escuchar los gritos que el Banquero emitía, // Los demás acudieron y el Bandersnatch huyó.
Cinco años antes, en A través del espejo, Alicia se encontró con una severa admonición en los dos últimos versos de Jabberwocky, el genial nonsense de Carroll. Los presento en mi traducción libre:
Cuídate del pájaro Jubjub, y apártate // del fruminoso Bardersnatch.
La apuesta. Para Netflix, bandersnatch no es una extraña criatura animal; es el título de un experimento narrativo, como nuevo episodio de la serie Black Mirror (El espejo negro).
La particularidad de su apuesta es que estimula, casi exige, la incorporación del televidente en el desarrollo del relato, al presentarle un menú cambiante de opciones binarias, entre las que debe escoger distintos giros que determinan la evolución de la trama.
No se trata de un recurso nuevo. Ha estado presente en la literatura infantil desde hace mucho; constituye la esencia de los videojuegos, y el New York Times menciona un corto de 1993 (“I’m Your Man – Soy tu hombre), que permitía escoger opciones argumentales, pero requería equipos especiales en las salas de cine.
La prueba de Netflix es un salto cuantitativo y cualitativo en la aplicación del recurso.
Lo primero, porque está disponible para la mayoría de sus 137 millones de suscriptores alrededor del mundo y ofrece varias opciones secuenciales a lo largo del episodio, que se activan desde el control remoto.
Pero existe otra dimensión, que se esconde tras bastidores: las selecciones de cada televidente, además de afectar el argumento, se convierten en virtuales impulsos psicométricos que Netflix podrá acumular, procesar, analizar, mezclar con otros datos que ya posee sobre sus clientes, y así ganar en “inteligencia” programática y comercial. Esto, cualitativamente, marca una diferencia; a la vez, genera inquietud.
Los espejos. El título de Bandersnatch es una apropiación explícita de Carroll. En cuanto a Black Mirror, la referencia es indirecta y sutil: una analogía difusa al espejo que atraviesa Alicia en la segunda de sus conocidas aventuras. También, por supuesto, se refiere a las pantallas negras que caracterizan los dispositivos digitales que nos acompañan y rodean, nos complacen y perturban, nos liberan y vigilan.
Como serie, Black Mirror plantea una visión distópica de las nuevas infotecnologías y su impacto sociopolítico. La tónica está marcada desde su primer episodio (pre-Netflix), que se estrenó en el Canal 4 del Reino Unido en diciembre del 2011: para cumplir con las exigencias de unos secuestradores y salvar a la popular princesa Susannah, el primer ministro británico se considera forzado a sostener relaciones sexuales con un cerdo en televisión. Luego se sabe que todo fue un montaje (o performance, si prefieren) articulado por un artista para denunciar la desconexión entre realidad y ficción. Pero –¡maravillas de los espectáculos!–¡, la humillación hace que la imagen del político mejore en las encuestas.
Visto como una innovación creativa que, según la publicidad hiperbólica de Netflix, podría inaugurar una nueva era de relatos televisivos, los recursos técnicos (no la trama) de Bandersnatch se acercan a los rasgos semiutópicos, humanistas y redentores que comenzaron a desarrollar y proyectar en nuestro imaginario las nuevas tecnologías y empresas de Silicon Valley. Porque, en esencia, el episodio otorga poder a los espectadores.
Pero puesto en el espejo de la captura, procesamiento y “monetización” de datos personales entregados a cambio de entretenimiento o simple conveniencia, se acerca más a las visiones distópicas de Black Mirror.
Juego doble. Mediante nuestras selecciones y reflejos en tiempo real sobre la narración que llega desde la pantalla, añadiremos una capa más de revelaciones, ahora más íntimas y espontáneas, para uso –y venta– de Netflix. El valor de tal acumulación de subjetividades para anunciantes o políticos deseosos de clasificar y manipular reacciones humanas, o para guionistas y programadores en busca de lealtades profundas, se mide con signos de dólar.
En A través del espejo, lo mismo que en su precedente, Alicia en el país de las maravillas, la protagonista se sumerge en mundos donde hechos, personajes y lenguaje cambian de sentido en cada página. Ambos relatos demandan una inmersión imaginativa total de los lectores –fácil para los niños, difícil para los adultos– como requisito para disfrutarlos y “entenderlos”.
Esto es lo que pretende, con un argumento mucho más soso, actuaciones acartonadas y secuencias poco ágiles, el episodio de Netflix. Habrá que ver si, con estas características, los televidentes estarán dispuestos a dedicar el grado de atención y energía que demanda la interactividad, aunque siempre habrá posibilidades de mejorar los recursos y aumentar la seducción.
LEA MÁS: Televisión prostituida
En La caza del Snark, la estrofa que anuncia la huida del extraño bandersnath tras atacar al Banquero, cierra con un mensaje de alerta:
Observó el Capitán: “¡Justo lo que temía!”, // y con gesto solemne la campana tocó.
Recomiendo prestar atención a ese toque, aunque solo sea como advertencia simbólica ante lo que podemos encontrar más allá de los pulidos y eficaces espejos tecnológicos de Netflix, Google, Amazon, Apple, Facebook, Twitter, Instagram o Snapchat. Todos ellos son criaturas fabulosas. Pero también amenazantes.
El autor es periodista.